En la actualidad a muchos jóvenes la palabra Goa simplemente les remite al subgénero musical derivado del trance, surgido a finales de los 80 en ese pequeño estado de la India bañado por el Mar de Arabia o Mar de Omán. Como mucho, algunos saben que allí se estableció una colonia hippy, que de alguna manera se encuentra en el origen de esa música hipnótica y arrebatadora, especialmente apta para el baile. Lo que seguramente ignoran es que entre las hordas de jóvenes occidentales que durante los años 60 y 70 se echaron a la carretera en dirección a Oriente hubo no pocos españoles, algunos de los cuales pasaron largas temporadas de su vida en Goa, Katmandú y otros destinos de la época.

El decano de todos ellos fue el madrileño Alejandro Vallejo-Nágera, hijo de un conocido psiquiatra militar y considerado por algunos como el “primer hippy español”. El 6 de septiembre de 1959 había inaugurado el bar La Cueva de Alex Babá al final de la calle Pere Tur de Ibiza, y funcionó durante años como uno de los principales locales nocturnos de la isla, siendo frecuentado por una abigarrada clientela internacional de beatniks, hippies, bohemios en general y otros ilustres ociosos, hasta que se cansó, se marchó a Afganistán y la India y acabó instalándose en Goa, donde compartió casa con Ramón Sala uno de los pioneros catalanes en la zona.

El siguiente de quien se tiene noticia de haber puesto rumbo a Oriente es Fernando Sánchez Dragó, quien en compañía de dos amigos italianos y de su pareja, una joven italiana embarazada, iniciaron un periplo de veinte meses, que se prolongó desde el 14 de marzo de 1967 hasta el día de Navidad de 1968, y que les llevó a recorrer en un Volkswagen, modelo “escarabajo”, Nepal, toda la India, parte de Paquistán, Afganistán e Irán de punta a punta y un trocito de Turquía.

La corriente viajera no había hecho más que empezar y empujaría a un buen puñado de chicos y chicas, especialmente catalanes y catalanas. El libro Els pòtols místics (1967), con traducción al catalán de Manuel de Pedrolo del emblemático libro The Dharma Bums (1958), corría de mano en mano y alimentaba aquel impulso. El viaje a Oriente, al igual que sucedía con el viaje psiquedélico, se convirtió para muchos en una especie de deber de conciencia.

Para el viaje interior mediante LSD o psilocibina no existía una cartografía previa definida. Sin embargo, el viaje a Oriente estaba más perfilado. Los destinos principales eran Afganistán, India y Nepal y el trayecto se hacía fundamentalmente por rutas terrestres. La aventura, propiamente dicha, comenzaba en Estambul, donde atracaba el barco turco Karadeniz, que cubría la travesía desde el puerto de Barcelona, y paraba el Magic Bus, que realizaba el recorrido desde Londres, París y Amsterdam hasta Delhi y Katmandú.

El punto de encuentro no sólo de los travelers catalanes, sino de todos los jóvenes occidentales en tránsito, era invariablemente la pastelería conocida como Pudding Shop, que regentaba la familia Colpan justo en frente de Santa Sofía y la Mezquita Azul. El local entero era un tablón de anuncios. Sus paredes estaban cubiertas de mensajes, papeles clavados con chinchetas o escritos directamente sobre el muro: notas, poemas, pensamientos, frases de músicos y gurús del movimiento hippy, eslóganes, reclamos en busca de transporte o de compañía para compartir el viaje, información sobre la actividad policial en las fronteras y sobre los precios y condiciones de los alojamientos a lo largo del camino: Hotel Amir Kabir (Teherán), Café Mercedes (Kabul), Hotel Suhail (Lahore), Venus Hotel (Delhi), Mint House Hotel (Benarés)…

Los viajeros atravesaban Turquía y se adentraban en Irán hasta llegar a la capital. A partir de Teherán las rutas se bifurcaban. Los que iban directamente a Afganistán cruzaban la frontera por el norte y desde Herat se dedicaban visitar las principales ciudades: la capital Kabul, Mazar-e-Sharif —donde según los entendidos se producía el hachís de mejor calidad— al norte y Kandahar al sur, utilizando taxis colectivos para los desplazamientos.

En cambio, los que preferían llegar cuanto antes a la India seguían en autobús por tierras persas, descendiendo por Isfahán, Kerman y Zahedan, para una vez allí tomar el tren hacia Quetta, ya en suelo paquistaní.

En Pakistán, el viaje proseguía en tren hasta Lahore, Amritsar —ya en territorio hindú— y finalmente Delhi, el cruce de todos los caminos. Una vez en Delhi había quien optaba por seguir el curso del Ganges para visitar Rishikesh, la ciudad donde habían estado los Beatles en febrero de 1968, y Benarés, la capital espiritual de la India, para terminar cruzando la frontera de Nepal y llegar hasta Katmandú, como símbolo supremo de libertad.

Los más hedonistas optaban por buscar el paraíso en la tierra sugerido por las playas de Goa, mientras otros salvaban en tren los 2.100 kilómetros que distaban hasta Madrás para descender en autobús hasta Pondichery y vivir una experiencia insólita en Auroville, una comunidad utópica que había sido fundada según las visiones de Mirra Alfassa —más conocida como La Madre— quien había sido compañera espiritual del místico y yogui Sri Aurobindo.

Más allá de los motivos y objetivos declarados, a todos los viajeros les unía el deseo —más que el propósito— de sacudirse el corsé occidental y saborear otras realidades, experimentar y acceder a la posibilidad de re-inventarse en medio de otras culturas, tener que valerse de otros idiomas, aprender nuevos códigos y pautas de conducta, traspasar fronteras geográficas, pero también mentales, emocionales, espirituales…

El grupo pionero de los travelers catalanes lo conformaron Ana M. Briongos, Montserrat Valentí, más conocida como “La Rata” entre el grupo cada vez más numeroso de freaks barceloneses, y un amigo pintor. Estudiante de Físicas, con tan solo 21 años, Ana M. Briongos llegó sola a Afganistán en diciembre de 1968, y desde entonces casi todos los años —hasta 1978— pasaría largas temporadas en aquel país.

Después de la iniciativa emprendida por Ana M. Briongos y Montserrat Valentí, los catalanes que se dirigieron a Oriente serían una auténtica legión: Ramón Sala, Martí Capdevila, los hermanos Oriol y Joan Cunyat, Lluïsa Ortínez, Jordi Oller, Carme Serra, Teresa Dieste, Montse Gurquí, Montse Sala, Victor Mesalles, Jep Pujol, Cuqui, Fernando Mir, Miquel Briongos, Vicky Combalia, Pau Maragall, Albert Anadon, Joan Falguera, Montse Novell, Quim Quintana, Carles Gracia, Pere Suñé, Anna Serra, Josep Solà, Josep Maria Romero, Pere Maragall y su mujer Núria, Toni Alsina, “Little”, Xavier Comas, Paco Escudé, Tete Matutano, Joan Vinuesa

Algunos ha dejado testimonio de su experiencia en lwsn. Estaría bien que otros más se fueran animando.