Gaspar en Marruecos, 1970. Fotografia: archivo familiar

Gaspar Fraga, por José Ribas

Estoy en la redacción de una revista independiente que va viento en popa a toda vela. Quizá una de las venturas de Cáñamo, la revista de la cultura del cannabis, resida en que se forjó en una asamblea de la Asociación Ramón Santos de Estudios sobre el Cannabis (ARSEC), con sede en Barcelona ligada a la librería Makoki, cuyo objetivo es la legalización de la marihuana. Fue a finales de 1996, en la sede de Comisiones Obreras (CCOO). Un asociado con mucha historia underground cortó las discusiones y dijo ante los 500 asistentes: «Creo que tenemos que abandonar el periodo panfletario y pasar a una fase normalizadora. Os propongo la creación de una revista que llegue al quiosco».
Cuatro años después, aquel asociado, Gaspar Fraga, es director de Cáñamo, revista que vende casi 40.000 ejemplares. No han tenido problemas con la autoridad en lo que se refiere a la libertad de expresión. Para muchos popes del Estado esta revista cumple una función social y da cuenta de un tejido amplio, que existe y que ha conseguido que «todos» los grupos representados en el Parlament de Catalunya hayan acordado proponer la legalización del uso de la marihuana con finalidades médicas.
«Vivimos un momento dulce y buscamos la colaboración de escritores que no militen únicamente en la cultura del cannabis, como Mariano Antolín Rato o José Luis Fajardo, para no dar pie a que se nos considere secta de fumetas. Queremos abrirnos a la ecología, a las filosofías antiglobalización y contra el pensamiento único».
Recuerdo al emprendedor Gaspar Fraga – el hombre que inventó en la década de los 70 una editorial freak y alternativa Rock Comics – corretear por La Rambla de los 70 o por el Magic, el primer espacio multimedia, con las alforjas cargadas de proyectos que supo convertir en realidad a pesar de la censura y de los muchos juicios que le cayeron y que casi siempre ganó. «Lo primero que publiqué como editor independiente fue una biografía de Frank Zappa. Le siguieron la de King Crimson, los Stones y la de Lou Reed con aquella tapa de Nazario que el jefe de la Velvet copió sin pagar derechos en la portada de uno de sus discos. Y en tebeo, edité San Reprimonio y las pirañas de Nazario con prólogo de Terenci Moix».
Gaspar además era hippie, escritor, reportero y asistió al primer Canet Rock, el del verano de 1975, que fue el primer festival a lo Woodstock que se celebró en España. «Hice una crónica que titulé Canet Rock, campo de concentración sin rock, que no pude publicar aquí sino en una revista de Valencia porque todos os pusisteis de uñas. Yo decía: “Oye chico, yo he estado en Londres, en París, en Norteamérica y he visto rock de sobras para decirte que esto es una imitación”. Todo lo bonito que quieras pero era poco más que folclórico. Además, el recinto estaba rodeado por una tremenda alambrada vigilada por picoletos que llevaban fusil. Aquello me condenó al ostracismo y no pude volver a publicar en ninguna revista».
Gaspar, por aquel entonces, tenía 30 años y llevaba ya mucha dinamita a sus espaldas.
Por avatares de la vida, Gaspar tuvo una infancia sin raíces. A su padre, director de Paradores Nacionales, le destinaban cada dos años a un lugar diferente. «Mi padre era de Valls y militó en el POUM. Tras los hechos de mayo de 1937 se exilió. Cuando volvió a España, fue encarcelado y luego consiguió integrarse en la sociedad como maître sumiller. Finalmente, logró montar con dos socios un parador de carretera en Ávila, junto al pantano de Alberche. Los hijos de aquellos socios iban a un colegio de Alicante que formaba a los cuadros de Falange y que estaba situado en la prisión donde mataron a José Antonio. Supongo que mi padre se sintió obligado».
Cuesta imaginar a Gaspar Fraga, vestido con la camisa azul, desfilar entre los pasos de Semana Santa por la Rambla de Alicante. Se volvió un gamberro. Muchas tardes, durante las horas de estudio, saltaba la tapia, se subía a un tranvía y se iba al centro en busca de oxígeno hasta la hora de la retreta. Infligió las normas, se quedó sin puntos y al segundo año fue expulsado. Y se fue a Madrid, donde acabó el bachillerato y empezó Ingeniería. «Me volví bastante golfo. Viví cerca de las Ventas. Con un chaval del barrio iniciamos un negocio de ratero. Comprábamos unos folletos en varios idiomas que explicaban lo que eran las corridas de toros por unas ocho pesetas, que vendíamos a los turistas que iban a las corridas por más de 100. Los beneficios nos los jugábamos en juegos rápidos de baraja. Más tarde me aficioné a los mesones, donde conocí a una chica francesa con la que me escapé de casa».
Tras vivir en varias pensiones y sortear dificultades, la joven pareja decide irse a París. Gaspar convence a su padre y se matricula en la Sorbona, 1964, para estudiar filosofía pura. Se hace amigo de situacionistas, existencialistas. En ocasiones trabaja como ayudante de un fotógrafo de moda.
El 14 de mayo de 1968, tras haber levantado adoquines contra los CSR y permanecer algunos días encerrado en el Odeón, en pleno festín revolucionario, Gaspar se casa con su amiga en una alcaldía de barrio.
La situación se precipita cuando un CSR le da el alto, descubre las heridas en las manos por lo de los adoquines y le dan tres días para salir del país cuando la huelga general se ha extendido por toda Francia. La pareja huye a Cadaqués en plan hippie. «Fue casarnos y tirarnos los anillos a la cabeza. En Cadaqués nos separamos. Yo me fui a Gibraltar a hacer un reportaje sobre el norte de África. En Marruecos fumamos mucho, hicimos muchas risas y nos hicimos fotos, una de ellas me costó una pesadilla. Y es que de vuelta a Madrid, a un compañero la policía le pescó una de esas fotos en la que yo salía con chilaba fumando un porro».
A Gaspar, que no le pillaron nada, le aplican la Ley de Peligrosidad Social y lo internan en el psiquiátrico de Carabanchel junto a locos de verdad. «Me pusieron un mono azul, me cortaron el pelo al cero y cada día me daban dos somníferos. Protesté y me metieron en la cárcel. En la galería coincidí con Marcelino Camacho y los del juicio 1.001 y con los cantantes Miguel Ríos y Henry Stephen. No me pudieron condenar por nada pero me obligaron a vivir a 300 kilómetros de Madrid. Fue entonces cuando decidí vivir en Barcelona. Corría el año 70 y me pareció una ciudad abierta y europea. No me costó conectar con los freaks locales».
En 1992 Gaspar sufrió una depresión muy honda, la peor de su vida. La superó, y conectó con ARSEC. Cáñamo es hoy una revista viva que conecta con jóvenes y veteranos de muchas movidas.

Publicado en El Mundo (Cataluña), sábado, 24 de marzo de 2001.
Publica la web sense nom por cortesía de José Ribas.
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