Cuando Xavi Vidal me pidió que escribiera un artículo sobre la web sense nom para la revista Ulises respondí rápidamente que sí. Inconsciente de mi, no sabía en que lío me metía y lo difícil que me iba a resultar escribir sobre esta web que crece día a día con las aportaciones de tantas personas y que me limito coordinar. Finalmente el artículo ha sido publicado en el número 13 de Ulises.
Canti Casanovas


Portada de la revista Ulises 13

Las fotografías de este artículo son obra y cortesía de Juan Soteras (derechos de copia)


Come gather round people wherever you roam.
Come mothers and fathers throughout the land…
…Your old road is Rapidly agin. Bob Dylan

La web sense nom (La web sin nombre) Como asaltar el paraíso, pasar en él una temporada, sobrevivir y poder contarlo

Canti Casanovas

Hacía un tiempo que la idea de crear una web dedicada al «rollo» de los años 70 latía en nuestros corazones. Tomamos la decisión una noche, en una cena celebrada durante la primavera del 2007, donde coincidimos una decena de amigos que teníamos en común haber vivido intensamente aquellos años. En aquella reunión redactamos el texto de presentación donde acotamos el periodo y estuvimos recordando los eventos más significativos.

¿Por qué una web sin nombre? Diversos grupos se han autodenominado sin nombre a lo largo del tiempo. El lazo común entre todos ellos es anteponer el nosotros al yo. La idea era hablar de nuestra generación, de lo que vimos y vivimos y de la importancia que tuvo el movimiento colectivo que llamamos «el rollo». Un movimiento que se expandía en círculos concéntricos entre adolescentes y jóvenes.

A finales de los 60, ante una situación social difícil y muy represiva, entre los jóvenes reinaba un cierto buen rollo fraternal. Solo el carisma de alguno brillaba por encima del grupo. En aquel espacio, «el rollo» crecía empujado por una fuerza invisible, una fuerza que surge cada vez que los jóvenes se congregan en círculo, encienden una hoguera, entran en una zona de sombras donde suena la percusión, nace la música y el baile y se rompe la costra del ego. En ese instante se realiza la apertura recíproca de la conciencia y ves que el mundo de los mayores tiene fecha de caducidad. Entonces, es cuando somos nosotros y, aunque sea por poco tiempo, no tenemos nombre. Realizamos un viaje iniciático que conduce a la visión del paraíso. Un lugar donde no existen las leyes porque no hacen falta. Sin saberlo ni pretenderlo nos convertimos en una federación de individualidades.

Durante los primeros años nos sentimos realmente creativos, eufóricos y fuertes. El LSD sincronizaba nuestras energías en un poderoso viaje que nos convertía en superhéroes dotados de mágicos poderes. Imposible saber si fuimos muchos o pocos, pero los eventos musicales multitudinarios reforzaban el sentimiento de fuerza y unidad. Tal fue la fuerza de la juventud durante estos años que el sociólogo alemán Herbert Marcuse clamaba que la liberación futura de la humanidad correspondía a la juventud rebelde en general.

La falta de recursos marcó nuestra generación y producción artística. Los medios eran precarios; faltaban las Fender y los amplis. No hubo tampoco grandes obras pictóricas, sino dibujos en libretas y cómic. Sin embargo, al no tener casi nada siempre fuimos más dados a compartir y sin conocer a Timothy Leary pusimos en práctica su lema: «Turn On, Tune In, Drop Out», que venía a decir algo así como tómate un ácido, búscate tu gente y muévete al margen de esta sociedad tan equivocada. Pero aquí no hubo Verano del Amor, de hecho, no fuimos ni hippies ni revolucionarios políticos como anteriores generaciones, sino freaks, que fue la palabra que usábamos para referirnos a nosotros mismos. Por cierto que el significado de esta palabra no tiene nada que ver con la interpretación actual de «bichos raros» sino con «frikeado» que deriva de freak out y significa abandonarlo todo y marcharse de viaje, en esencia, conservar la libertad, ser lo contrario de un straight, que literalmente va recto y derecho con su corbata por la mañana a la oficina.

Sin duda una web era el espacio más adecuado. Un depósito de información que nos permite crecer sin prisas, tener una plataforma de amplia proyección y una red social de intercambio y reflexión. Bueno, la idea sonaba bien pero el problema era que muchos no habíamos tocado un ordenador en nuestra vida. Por suerte, entre nosotros había un auténtico experto en diseño web. Tomamos un papel y escribimos una mínima declaración de intenciones, sin una línea editorial establecida que nos aprisionara, sin presupuesto ni subvención que nos esclavizara. Nos propusimos convertir la web en un lugar de referencia para cualquier persona que buscase información sobre el underground, la contracultura o la sociedad alternativa de esta época más allá de los tópicos a que nos tienen acostumbrados los mandarines del circo mediático.

Desde el principio teníamos claro que nuestra mirada debía cubrir amplios horizontes. Nunca nos gustaron las fronteras. Siempre nos han interesado los cruces y las redes, sus puntos de intersección, los viajeros que iban y venían, las conexiones y el intercambio, la geografía de las regiones vagas e imprecisas, los viajes interiores y exteriores, los paraísos perdidos y los artificiales. Nos gusta hablar de territorios poco conocidos, rescatar poemas y dibujos que no son más que planos dibujados para orientarnos en la vieja aventura del conocimiento humano. No nos preocupaba la audiencia ni nos interesaban los famosos por el hecho de serlo, pero tampoco íbamos a hacerles un feo si un día estuvieron en la nube y recuerdan algo de lo que vieron.

Primero afrontamos las cuestiones de diseño y aprendizaje. Luego hubo que rebuscar en armarios entre cosas amontonadas, diarios olvidados, recortes de periódico, viejas revistas, fotos y, más tarde, salir a la calle, seguir huellas de amigos desaparecidos. Sabíamos que a veces las preguntas no tienen respuesta. No quedaban testigos. También sabíamos que corríamos el riesgo de caer en la nostalgia y que deberíamos enfrentarnos con el dolor de personas ancladas en el silencio. Deberíamos ser respetuosos con la intimidad de los que no desean hablar y sin embargo valía la pena intentarlo. Hay mucho dolor acumulado a causa del sida, pero en muchos casos hablar puede ser un bálsamo curativo que nos ayude a liberarnos de los diversos roles que la sociedad nos impone.

Sabíamos que nuestras posibilidades tenían un límite y que la lista de las cosas perdidas es extensa. También sabíamos que hay experiencias que no pueden comunicarse con la palabra de uso trivial. A veces una mirada vale más que un discurso, un ademán significa la salida del laberinto. También Internet tiene sus límites y hay cosas que sólo se aprenden mirando a los ojos. Algún día nos encontraremos en el camino.

Durante el primer año, nos diversificamos. Gero publicó sus artículos sobre los discos más escuchados en los 70 y yo publicaba mayormente poesía de amigos. La web creció en contenidos variados, pero cuando se produjo el gran salto fue al rescatar los artículos de Pau Maragall y de Claudi Montañá. Con el primero viajamos desde la Barcelona donde trapicheaban los primeros camellos de grifa de los 60, pasando por Formentera, hasta llegar al desaliento y la expulsión del paraíso. En sus entrevistas, Claudi reflejaba como tiene menos importancia el dato o la anécdota que el sentimiento que nos transmite la música como una parte indisociable de la vida. Ética y estética viajan unidas.

Tres años después, resulta muy difícil resumir los contenidos de la web. Poco a poco se sobreponen materiales gráficos, libros y discos, artes diversas, poesía, títeres, poemas dibujados, información sobre los multitudinarios conciertos de aquellos años y textos de amigos y colaboradores.

Para facilitar una primera visita recomendaría leer el artículo «Vondelpark, Amsterdam. Geografia freak», un resumen sobre los festivales Canet Rock, y ver el video Dies d’efervescència. Quien quiera profundizar puede leer los interesantes artículos de Martí Sans sobre la contracultura y el hachís que previamente habían sido publicados en esta revista. No podían faltar tampoco los artículos del antropólogo Oriol Romaní sobre la cultura del cannabis, o sobre contracultura y política, , del mismo Romaní conjuntamente con Mauricio Sepúlveda, ni las diversas aportaciones de Juan Carlos Usó.

Uno de los espacios más dinámicos es la sección de comentarios, en los diversos foros. Me complace el buen rollo habitual. Por supuesto hay discrepancias pero en contadas excepciones llegamos a las manos. Creo que a grandes rasgos convergen diversas orientaciones no siempre fáciles de compatibilizar: un primer grupo está básicamente interesado en la música que considera columna vertebral de esta época. Un segundo grupo considera el LSD como el desencadenante de los cambios de estos años y, en consecuencia, centra su análisis en esta premisa. Un tercer grupo piensa que la web debería ser un almacén de datos y no es partidario de las interpretaciones personales que considera subjetivas y sin valor histórico. Un grupo menos numeroso pero activo piensa que es en la anécdota, en el ámbito de la microhistoria, donde se encuentra el factor humano. También hay quien tiene vocación de coleccionista y nos solicita que publiquemos carteles y entradas de tal o cual mítico festival.

Entre estas diversas orientaciones mi postura es apostar por la multiplicidad de puntos de vista que complementa y enriquece el conjunto. Personalmente creo en una «descripción densa». No se trata de crear otra teoría explicativa más, sino de describir densamente el cambio cultural y aprovechar el dinamismo de Internet para revisitar estos años tan convulsos y repudiados.

Cualquier intento de resumir en un artículo esta compleja década, donde coincide un gran choque generacional y cultural con la mal llamada «transición» política está condenado a dar una visión sesgada. Por este motivo intentaré simplemente describir la existencia de los distintos periodos, sobre los cuales creo que existe ya un cierto consenso.

El primero empieza a final de los 60 durante el franquismo, con las primeras manifestaciones del rollo: algunos jóvenes dejaron sus familias para vivir en pisos comunales y los pioneros emprendían sus viajes a Oriente. No existía una clara diferencia entre lo que era el rollo y el progresismo antifranquista. Creció la longitud del cabello de los chicos y las chicas vestían viejas enaguas, pero todavía de forma tímida. A veces solo un detalle, una sonrisa o el brillo de una mirada nos hacía sentir la complicidad entre enrollados. Muy pocos habíamos probado el LSD. Fumamos nuestros primeros porros de grifa que comprábamos a algún viejo legionario. Queríamos probarlo todo y sobre todo cualquier cosa que colocara, pero teníamos muy poca información. Fumamos hasta pieles de plátano secas a ver si colocaban, porque alguien nos lo había asegurado. Sin ánimo de generalizar, creo que la mayoría mezclábamos regularmente alcohol con diversas anfetaminas, barbitúricos y derivados del diazepam, que se podían adquirir sin receta médica en cualquier farmacia.

El inicio del segundo periodo se sitúa en 1971, cuando empezamos a ser conscientes de nuestra existencia como grupo. Paulatinamente se producía una ruptura entre los vitalistas y aquellos que pretendían simplemente un cambio político superficial. El vitalismo significaba una aproximación a la naturaleza, dejar la ciudad para vivir en el campo, a veces practicar el vegetarianismo, la macrobiótica, el conocimiento de espiritualidades diversas. Nos alejamos de sustancias como el speed y el alcohol, que perdieron posiciones en el ranking, y adoptamos el LSD y el hachís como sustancias iniciáticas colectivas. A medida que avanzaban los 70, era más fácil encontrar buenos ácidos en papel secante o en cristal, como los Clearlight. Abundaban los micropuntos y los vulcanos y apareció la mezcalina introducida por algún grupo de hippies americanos. Llegaba excelente hachís afgano, negro de intenso aroma. La ruta terrestre entre India y España era practicable. El Magic Bus enlazaba Amsterdam con Nueva Delhi.

Son unos años sumamente interesantes porque es difícil saber hasta qué punto nos encontrábamos ante un castillo de naipes que se derrumbaba a causa de sus contradicciones o si fue el empuje de la cultura emergente que compartía la juventud lo que hizo tambalear sus cimientos. La caída del viejo mundo de gerontocracias y sus viejos valores patriarcales era imparable y el núcleo contracultural empezó a realizar sus propuestas más creativas cargado de un nuevo arsenal de nuevas sustancias embriagantes y arrinconando a otras como el alcohol y las anfetaminas, que pasaron a ser consideradas como parte de aquel pasado que se desmoronaba.

Hacia 1974 existían en toda España una gran cantidad de colectivos organizados. Una creatividad frenética se apoderó de muchas personas que albergábamos la esperanza de un cambio radical en lo político. Son los años de tomar la calle. El franquismo se debilitaba aunque para demostrar su fuerza siguió con sus condenas a muerte hasta 1975. La creatividad era desbordante: arquitectos levantando cúpulas, en cine, en teatro, fusión y experimentación musical, cómic… Las revistas más destacadas eran Disco Expres, Star y posteriormente Ajoblanco. Son los años de los mayores festivales multitudinarios. Apareció la píldora anti-baby y fueron años de liberación de las represiones sexuales y de militancia gay. Los trips resultaron muy creativos para muchas personas.

1977 culmina esta euforia y marca el inicio del cuarto periodo. Existían síntomas de desgaste y cansancio en las huestes psiquedélicas. Desde 1975 había aumentado el consumo de heroína y algunos sucedáneos de venta en farmacias. En 1977 parecía evidente que el trip colectivo perdía aliento. El pequeño mundo de intercambio y el camelleo de sustancias coloquetas se endurecía y el rollo después de haber alcanzado su máximo momento de expansión se desdibujaba. Una parte del espacio que dejó fue ocupado por grupos espiritualistas como los discípulos del gurú Maharishi, los Niños de Dios o los Hare Krishnas que con su liderazgo religioso ofrecían un sentimiento de pertenencia diferenciado.

En 1977, en lo vital y musical, aparece el pre-punk ante una nueva situación social mucho más dura. Este mismo año los doctores de Ajoblanco condenan a pena de muerte la contracultura. Llegan los más jóvenes a proponer una alternativa y surge la generación punk, que es heredera de todo lo anterior y responde con renovadas fuerzas al endurecimiento de la represión. Pero esta es otra historia que requeriría otro artículo.

A modo de valoración personal, pienso que durante estos años no supimos organizarnos en una sociedad paralela, para crear nuestro sistema propio de ayuda mutua, ni de coordinación de viviendas okupadas, asistencia jurídica ni médica alternativa. Aquellos valores de retorno a la naturaleza, fraternidad universal, comunión lisérgica y reacción crítica a los apriorismos de la razón científica, se disolvieron. Por una parte, saturados de colorines, habíamos tocado fondo y, por la otra, la cultura de esta generación, que tenía sus raíces en múltiples causas interrelacionadas: éticas, tecnológicas, químicas, políticas y demográficas, era demasiado indomable y «drogada». Su destino se decidió en los despachos de los políticos entre dos opciones: banalizar los contenidos o acabar con sus manifestaciones. En aquel momento no hubo oposición sino abandono o vuelta a las catacumbas.

La sociedad ha cambiado desde los 70. Las ideas de aquella generación han dejado alguna influencia y fueron decisivas para la superación del machismo y de la autoridad patriarcal. Ahora reina una cierta democratización en el seno de las familias, la liberación de la mujer es un hecho, al igual que los matrimonios entre personas del mismo sexo. También existe una mayor conciencia ecológica. El relativismo actual tiene sus aspectos negativos pero en lo cultural nos permite discernir una mayor cantidad de matices. Por lo que respecta al uso de sustancias psiquedélicas, hay una mayor tolerancia. Lo que en aquellos años podía representar pena de cárcel se resuelve actualmente con una multa de trescientos euros. Son pequeños avances que poco a poco se han ganado en una sociedad que ahora es algo más tolerante aunque igualmente basada en la prohibición. Vemos ahora como las anfetaminas reelaboradas abren nuevas perspectivas de socialización. Pero en esta dialéctica entre generaciones que es la historia, creo que tendremos que ser pacientes antes de que otra generación baby boom anteponga con la misma fuerza el amor y la cooperación a la competencia entre individuos.

Cuando hablamos públicamente de los 70 nos enfrentamos a varios problemas: en primer lugar, las mentes más lúcidas que hubieran podido hablar y ensamblar su trayectoria vital en el contexto sociocultural murieron hace tiempo. En segundo lugar, un grupo de famosos más o menos mediáticos que tuvieron algún protagonismo puntual anda dispuesto a chupar cámara en cada oportunidad que los medios ofrecen para hablar del tema, aprovechando para auto imponerse medallas al mérito personal. Muy pocos documentos superan los clichés e intentan efectuar un análisis honesto de estos años sin caer en los tópicos de siempre. Algo que parece imprescindible cuando vemos que muchos de los problemas actuales tienen su origen en cuestiones no resueltas durante la «transición». Entre las iniciativas más lúcidas cabe citar el documental cinematográfico Morir de día. Un proyecto que Joaquín Jordà no pudo terminar y que han retomado Laia Manresa y Sergi Diez para mostrarnos la cara más incómoda de la contractura de los 70. El documental se ha estrenado recientemente en el Festival internacional de cine de Gijón y esperamos verlo próximamente en las salas comerciales. Como reflejo y al hilo de las diversas cuestiones que Morir de día pone al descubierto, es imprescindible leer en la web sense nom el artículo Nos matan con heroína de Juan Carlos Usó, que deconstruye la teoría conspiratoria urdida alrededor del tráfico-consumo de esta sustancia. Extensamente comentado, ha sobrepasado el ámbito propio de la web y meses después es motivo de comentarios en diversos foros de Internet.

Creo que la necesidad de revisitar estos años es cada vez más necesaria y justifica plenamente un espacio en Internet donde libremente puedan aflorar las microhistorias de esta generación. Es algo que, sobre todo, debemos a los jóvenes que continúan llevándose los palos más gordos; no vayamos a seguir tropezando siempre con la misma piedra.

Después de estos tres años, aquel grupo que nos reunimos una noche del 2007 seguimos en activo, algunos más, otros menos. Sin embargo, el gran salto de este último año ha sido la incorporación de nuevos colaboradores en red. Creo que ahora podemos considerar la web como un «mixing bowl» donde se combina documentación, enfoque holístico y renuncia a interpretar los acontecimientos culturales desde cualquier lente ideológica. Esta fórmula ha llamado la atención de personas más jóvenes que colaboran activamente con sus artículos o en los diversos foros. Es el caso de Xavi Cot, de Josep Maria Ripoll, del bloguer Jack Torrance o de Juan Carlos Usó y otros que con sus respectivos trabajos y comentarios han demostrado una gran valía.

La web empieza a ser citada como centro de documentación sobre el rollo y los movimientos alternativo-contraculturales de la época. Sus videos, textos o fotografías han sido utilizados este año en varios documentales cinematográficos. Parece que a medida que avanzamos se ensancha el espacio y cuando hablamos de nuestra generación se hace más evidente el hilo conductor entre generaciones anteriores y posteriores, muchas veces oculto por las diferencias culturales. Nos hemos convertido en una red virtual extensa. Se reestablecen viejos lazos y se abren nuevas ventanas que a su vez aportan nuevas visiones y nueva documentación.

Seguimos investigando en diversos frentes: arquitecturas efímeras, huellas de personas, eventos poco conocidos… Quizás ahora avanzamos despacio. Creo que somos más exigentes. Los artículos están más documentados y, si comparamos el nivel informático desde los primeros días, hemos dado un salto cualitativo. En el armario quedan un montón de objetos pendientes de clasificar, publicar y fotografías por escanear.

Al principio, a medida que dedicaba más tiempo a la web, surgían en mi interior dudas sobre el interés que podía despertar este espacio dedicado a la década de los años 70. Mis dudas desaparecieron el día en que leí este comentario: «Me gustaría saber más detalles sobre Albert Anadon, creo que es mi padre, del cual poca cosa sé, ya que murió cuando yo era muy pequeño y mi madre cuando tenia 6 años, así que tengo muchas preguntas sin respuesta. Ahora tengo 21…» Y respondí: «Bienvenido Àlex… eres hijo de Allbert y Geny, eras muy pequeño cuando ellos murieron…».

Y a los pocos días me sentaba con Àlex a tomar un café en un bar del centro y me presentó a su amiga. Hablamos durante media hora y después nos dimos un beso al despedirnos. Salí a la calle y llovía. Me fui andando mientras las farolas brillaban en el suelo mojado y las gotas de agua dibujaban en el suelo círculos expansivos.