El segon article de Pau Malvido, Izquierdistas y grifotas va ser publicat el 1976 a l’ Star num. 24 p. 22 i seguents.

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Continuemos el rollo. Los niños malos, los de las academias disciplinarias, los que se sumaron a las bandas de rockeros de pantalón negro que habían llenado el Palacio de los Deportes en el 64 siguiendo a los Salvajes y compañía, esos no llegaron a la universidad. Siempre cateaban. Siempre en futbolines y bares prohibidos. Pero los otros, los niños buenos, esos si que llegaron. Las familias medias, que en aquellos años habían hecho sus buenos negocios, consideraban que enviar al nene a la Universidad era lo mejor, el futuro asegurado. y los nenes llegaban a la Universidad dispuestos a todo. Por fin se acababa el control colegial y familiar. Pero la Universidad no ofrecía mucho. Cátedros aburridos, niños ricos que se pasaban el día en el bar o aprobaban por su buen nombre, bedeles policíacos. Y el niño bueno de familia media perdía el culo. Y se fijaba en aquellos elementos extraños que se dedicaban a propagar los ideales democráticos. En el fondo, gente como ellos, que se lo creyeron todo hasta el día en que descubrieron que si seguían así se iban a aburrir mucho en la vida. A no ser que tuvieran mucha plata, claro. El movimiento estudiantil se lanzó a fondo. Asambleas de millares de estudiantes con la policía cargando en plan duro. El sindicato falangista se acabó de hundir. Los estudiantes comunistas estaban eufóricos. Tanto que algunos fueron sometidos a una especie de juicio realizado por el propio Partido {el PSUC) .Se les acusó de practicar orgías sexuales y de poner en peligro la seguridad de la Organización cuando se emborrachaban por las Ramblas y cantaban canciones revolucionarias así por la cara. Pero, aparte de esas minorías “escandalosas”, la cosa era muy seria. En marzo de 1966 se reunieron cerca de 500 delegados de curso en el convento con los capuchinos de Sarriá” y quedó constituido el nuevo Sindicato Democrático. Tres días y noches con la policía rodeando el lugar y con entrada final, recogida de carnés y palos en la calle. Toda esta gente, en sus ratos libres, escuchaban a Dylan ya los Beatles, algunos. Pero lo más importante para ellos era la lucha contra los “grises”, la organización del Sindicato. No conocían demasiado la música rock y si la conocían no significaba nada más que eso: música. Nada de estilo vital nuevo. Su lucha además era tan claramente entendible, tan elemental, que hasta los tenderos y las familias no muy cerradas les apoyaban un poco. En cambio los que estaban por delante y por detrás de ellos tenían problemas diferentes. Los más mayores, los que ya habían acabado o estaban acabando la universidad habían pasado una época muy dura. Los que habían intentado luchar recibieron cantidad y casi nadie les apoyó. Algunos habían decidido pasar de todo, buscar otras cosas. Sobretodo los que por inteligencia o dinero pudieron enrollarse con lo que pasaba en el extranjero. Se volvieron medio artistas y medio snobs. Buscaron originalidades. Algunos estudiaron o conocieron a elementos beatnicks ya los primeros hippies extranjeros. Los más jóvenes, los de bachillerato u oficina ya se enrollaban mucho más con beatles, rollings, soul, etc y llegaron a la Universidad cuando las cosas ya habían cambiado un poco. Porque cuando el Sindicato estuvo hecho nadie sabía que hacer con él. La policía encarcelaba una y otra vez a los delegados. Es que, además, los estudiantes lo que querían era luchar. El Sindicato en teoría tenía que servir, como todo sindicato, para defender los intereses profesionales de los estudiantes: mejorar los planes de estudio, tener más aulas, etc.

LA CRISIS DEL PSUC

Pero los estudiantes después de tanta lucha, no iban a quedarse simplemente reclamando pequeñas mejoras y menos cuando por hacer eso la policía les seguía cascando. Los estudiantes llevaban más marcha. Los comunistas no supieron ver esto. Y el Sindicato se hundió entre cientos de detenciones y saturación de pequeñas actividades burocráticas. Los comunistas del PSUC perdieron fuerza y empezaron a salir grupos izquierdistas. Esos ya no hablaban de democracia y sindicato sino de revolución y barricada. El follón de mayo del 68 en París exaltó aún más los ánimos.

Algunos grupos incluso consiguieron armas y realizaron algunos atracos para financiar su organización. Pillaron a muchos y les dejaron baldados. Algunos de ellos acaban de salir ahora de las cárceles. Otros se fueron a trabajar a las fábricas para promover la lucha obrera. Muy duro para ellos. Otros despistados y cansados conectaron con aquellos más mayores que hacía años pasaban de todo y se iban al Boccaccio ya fumar porros de grifa de los que se vendían en el barrio chino por legionarios y grifotas clásicos. Y así, señores y señoras, nace el movimiento hippi de Barcelona, muy diferente de la pacífica generación de los hippies yanquis de los que entonces se empezaba a hablar. Recuerdo que en el 67 cuando empezó la disgregación de los estudiantes y comunistas y los consiguientes desmadres, en las facultades apenas habían dos o tres peludos al estilo yanqui. Pero en cambio la gente rabiosa que iban a buscar grifa eran bastantes.

Se formó una mezcla increíble. Un peluquero del chino, un gitano joven y moderno, un negro hijo de jefe de tribu africana, tres estudiantes izquierdistas y un par de snobs de mucha plata formaban corro para fumarse el “canuto” en las callejuelas cercanas al jazz colón. Los herederos de los viejos rockeros se apuntaron también al rollo. Siempre se dice que en España las modas llegan muy tarde. En este caso no es verdad. Aquí habían hippis en el 67. Y en el 68 ya estaban dos catalanas y un catalán apalancados en Afganistán y varios grupos más en Ámsterdam y Copenhague. En la Plaza Real había cantidad de extranjeros. Y los más jóvenes, los que ya no encontraron sindicato ni izquierdismo, esos se lanzaron al hipismo de entrada, sin reparo. Descalzos por la plaza del Rey, emigrando a Formentera por la vía rápida.

DE LA GRIFA AL HASHISH (Sustituto)

Toda esta gente, izquierdistas desengañados y extenuados, snobs de más edad asiduos de Boccaccio, bachilleres recién llegados a la universidad en un momento de desconcierto, jóvenes de barrio heredados de las bandas rockeras, grifotas del chino, hippis extranjeros, negros rambleros coincidían en el Jazz Colón por aquel entonces era el local más permisivo y más avanzado en cuanto a música.

La “rama” era lo que todos ellos tenían en común. El tráfico estaba en manos de los grifotas viejos, que utilizaban intermediarios más jóvenes que la ofrecían en plena calle, taquitos de cinco duros envueltos en papel verde plateado, “caramelitos” de grifa prensada suficientemente grandes como para hacerse tres o cuatro e incluso más canutos. El olor de la hierba “cantaba” mucho y los corrillos de fumadores miraban constantemente a lado y lado. Aunque lo cierto es que en esa época la acción policial no era muy fuerte.
Cuando empezó a propagarse que en América la marihuana preocupaba a las autoridades, cuando se empezó a ver que la “rama” ya no sólo la fumaba gente cercana a los ambientes delictivos sino también estudiantes jóvenes burgueses, entonces la represión aumentó.
Además, el tráfico se hacía cada día más descarado. Con el aumento de la clientela los traficantes se lanzaron a una oferta masiva, haciéndose la competencia a la hora de exhibir su producto. El caso es que la cosa se ponía cada vez más peligrosa. Los vendedores se retiraron a otros barrios más alejados.
Entonces apareció el hashish. que rápidamente adquirió el nombre de “chocolate”. Lo traían los hippis de sus viajes por Oriente y de Marruecos. La gente del rollo lo aceptó bien, sobretodo porque olía mucho menos que la grifa y era más camufable. Aunque los efectos eran más pesados, más inmovilizantes, sobretodo al principio, cuando todavía no se conocía muy bien. Cuando se mezclaba con alcohol, como se hacía con la rama, los principiantes podían quedar “amuermados”, como desvanecidos o idos. Los grifotas clásicos y los gitanos siempre han continuado prefiriendo la hierba, más dinámica y vacilona. Los estudiantes pasados a hippis apreciaban la vacilada más mental y perceptiva del hashish, los ratos de pasada “horizontal” tumbados escuchando música o enredándose en juegos de palabras y chistes paradójicos.
Tres discos circularon de mano en mano, procedentes de un yanqui que los había cambiado por unos tejanos. Uno de Hendrix, de los primeros, uno de la Velvet Underground, el del plátano, y otro de Grateful Dead. Se escuchaban con fruición. Por primera vez la música no era sólo ritmo. Todo era importante. La agudeza perceptiva proporcionada por el “chocolate” podía hacerte oír veinte versiones de la misma pieza. Las campanillas, el bajo, el ligero ruido de fondo del motor del .‘tocata”, todo se valoraba. Ya veces dos o más “coloquetas” coincidían en una misma versión, en una misma percepción de que sonaba. Esas coincidencias eran efusivamente celebradas. Cuando eso ocurría en la calle, cuando dos o más peludos “ciegos” de chocolate coincidían en una misma percepción grotesca de la expresión de un camarero, por ejemplo, entonces la risa se hacía incontenible e interminable, ante la sorpresa de la concurrencia. Por lo demás, la actitud pública de los peludos era reservada y distante. Eran realmente muy raros en aquel momento, formaban círculos bastante cerrados para el que no estuviera mínimamente metido en el asunto.

HIPPISMO CLANDESTINO

Habían cuatro o cinco pisos interconectados. Todo el mundo pasaba por ellos a estarse horas o días. La solidaridad entre todos ellos era considerable. La vida diaria era la de un desocupado permanentemente ocupado. Algunos hacían doble o triple vida. Algún trabajo eventual o fijo (los menos), y el resto al vacile y al rollo. Incluso hubieron los que compaginaban activismo político en grupos de izquierda y cuando podían se daban al desmadre y al enrolle. La .‘colocada” de hashish hacía que los ratos muertos no fuesen tan muertos. Uno podía pasarse horas haciendo un dibujo, escuchando música e incluso haciendo cosas prácticas a las que se dedicaba una atención lenta y profunda. Arreglar un paño de puerta podía ser todo un “viaje”. Cuando se acababa, el enrollado reparador se enteraba asombrado de que ya eran las doce. También eran frecuentes los ataques de gula. Comer era un placer increíble y cada cual se fabricaba sus repentinos e improvisados platos combinados, buscando desesperadamente los ingredientes necesarios. Las enrolladas sexuales, cuando se presentaban en pleno colocón, adquirían una intensidad inusitada y profunda. Para todos aquellos enloquecidos izquierdistas, acostumbrados a pasar de todo, a no conceder importancia a nada que no fuese la lucha, la ideología y la línea correcta, todo aquéllo era absolutamente nuevo. Pero tampoco iban a contentarse con esas vivencias enrolladas pero sencillas. Su mente elucubrante, rabiosa tras tantos años de “nene no hagas eso, nene no hagas aquello”, intentaba en muchas ocasiones ir más lejos de aquella vacilada placentera y semi-clandestina. Además la sensación de ilegalidad era muy intensa y uno no podía abandonarse tranquilamente a esos placeres sencillos a no ser que estuviera protegido por una buena cantidad de plata, por una buena posición social. Los que disfrutaban esas condiciones fueron los que más yanquis se hicieron, los más orientalistas, californianos, proclamadores del nuevo .‘bien vivir”. Como Luis Racionero y Ma. José Ragué que a la vuelta de su estancia en Berkeley se autoproclamaron profetas del nuevo y beatífico rollo salvador del mundo (del mundo burgués). Algunos otros intentaron practicar todos estos aspectos placenteros y sencillos del rollo, sin dinero ya costa de lo que fuese, haciendo de ellos su forma de vida, Rompieron con todo y se largaron. En Formentera se instalaron unos pocos, rodeados de yanquis y holandeses mucho más ricos que ellos. De todas formas casi ningún barcelonés alcanzó la beatitud casi tonta de algunos de los hippis extranjeros que veíamos por aquí. Llevábamos detrás demasiada carga como para eso. Los placeres, la sencillez, los ropajes amplios y cómodos, la fraternidad, la no-obligación de hacer cosas “importantes” o de provecho, el ocio y el arte, todo eso lo intentamos y en buena parte lo conseguimos, pero acompañándolo siempre de una cierta dosis de mala leche, de enfrentamiento con todo lo que nos rodeaba. Es muy diferente un estudiante yanqui con .‘pasta” que se va al campo, aun campo fértil y organizado, que disfruta de una beca o un seguro de desempleo, de un catalán pobretón, en un país fascista, que se va aun campo depauperado y seco, sobretodo en, Formentera donde para plantar una lechuga hay que extraer diez kilos de pedruscos y traer el agua desde una cisterna semivacía a trescientos metros. Toda esa dureza social, económica y política hacía que el abandono de los hippis catalanes fuera relativo. Un ojo abierto y otro cerrado. Dobles vidas. y para aguantar en eso había que montarse un rollo mental fuerte, tan fuerte como la vida misma que estábamos llevando. y lo necesitábamos también porque siempre habíamos tenido un rollo mental o ideológico con que reforzar o justificar nuestra actitud rebelde. La gente que procede de ambientes proletarios o delictivos de toda la vida se hacen duros desde que nacen. Los que nos hicimos “malos” procediendo de familias un poco más ricas y bienpensantes, hemos tenido que endurecernos aceleradamente, dándole muchas vueltas al “coco”, Por eso los freaks y los hippis no se limitan a vivir una vida diferente a como lo tenían. y para eso nada más adecuado que el LSD que no tardó en aparecer. Hasta entonces se leían cosas, novelas, libros orientales, noticias de los hippis, se vacilaba mentalmente, habían varios profetas iniciales y un par de músicos del rollo. Pau Riba y Sisa. Conciertos minoritarios en parroquias y colegios. Alguno en la Universidad ante la ira de los politizados (Pau Riba insistiendo casi tres cuartos de hora con “S’ha mort la besavia”}. Pero en fin, toda esa época entre el 67 y el 70, fue la época de las minorías, del chocolate, del hippismo vacilón y clandestino. En el 69 se abrió “Les Enfants Terribles”, local que recogió a toda esa heterogénea masa antes de su dispersión con la llegada de nuevas promociones y con la salida ala superficie del rollo a base de los conciertos del Iris organizados por el bocacciano Regás.

PAU MALVIDO.