Oriol Romaní entrevistó a Gaspar Fraga cuando realizava su tesis doctoral; una entrevista que muchos años después fue publicada por la revista Cáñamo.
No vamos a presentar ahora a Oriol Romaní, de sobras conocido por los navegantes de este barco sin nombre. Basta recordar que es doctor en antropología y citar algunos artículos publicados anteriormente: La Cultura del cannabis trenta años después… Unas reflexiones personales y Estilos juveniles, contracultura y política, Oriol Romaní y Mauricio Sepúlveda Pensamos que el discurso de Gaspar complementa generosamente el mosaico discursivo de esta generación sobre el cual abundamos los sense nom, e incluso por su edad (pues siempre nos aventajó algunos años) trazó un puente con la generación anterior.

Canti Casanovas

Publica La Web Sense Nom por cortesía de Oriol Romaní (derechos de copia) Agradecemos la colaboración del equipo de la revista Cáñamo


Gaspar en Marruecos, 1970. Fotografia: archivo familiar

GASPAR FRAGA

La primera vez que tomé hierba tendría unos quince años o poco más. Fue con un amigo que era botones. Ese chaval, un día, tenía un cigarro de hierba –grifa, debía ser– y me dijo si quería. Lo fumamos, después resultó que su padre trabajaba en un circo, a las afueras de Madrid, y fuimos a verlo. Y, claro, pasamos un día fabuloso.
Después de eso estuve bastantes años sin volver a fumar, hasta que volví ya con el chocolate. Ocurrió en París. Tarde o temprano tenías que entrar en contacto con el chocolate si querías estar en la onda, por lo menos en los ambientes en los que me movía: había artistas, gentes de teatro, de publicidad. El hecho de llegar al hax fue algo casual y que estaba en el entorno. Pero sí, había una curiosidad, como creo que la hay en todo el que principia en ello. Un amigo me llevó al cafetín de aquel moro, al lado de la Bastilla, donde tuve mi alucinación correspondiente, vomité y, si bien de entrada hubo ese rechazo físico que produce la droga, lo que me proporcionó fue muy superior.
Durante un par de meses permanecía en la cama absorto en contemplaciones íntimas y escuchando música. Recuerdo que escuchaba bastante un disco de los Rolling Stones, After-Math. Escuchaba también bastante a Dylan.
La cosa de fumar iba bastante con un ritual, una cosa conllevaba la otra: nos reuníamos para fumar. Se hacían fiestas o se concebían motivos para reunirse. Se ponía música y todo el mundo estaba a la espera de que se hiciese el pitillo para entonces entrar ya en diálogo, para moverse, cada cual lo más libremente que concebía moverse. Había quien se levantaba y no paraba y quien se sentaba y se ensimismaba… No había un patrón fijo de comportamiento, porque aún no se había adquirido, creo yo. De hecho es así, vas aprendiendo a manejarte con eso, vas adquiriendo unos patrones en el uso del hax. En cuanto a cantidades, creo recordar que bastante más que ahora… Recuerdo que comprábamos un cubo que tenía un centímetro cúbico, y costaba baratísimo. Debían de ser unos cinco gramos; además, por lo que sé, los talegos últimamente son una miseria. Pero el cubo sí proporcionaba suficiente cantidad para pasar un par de días bien. Era bueno, no era del tipo marroquí, era un hax traído del Líbano o de Afganistán; el marroquí se ha conocido como tres o cuatro años después de haber empezado a fumar en París.


París 1965. Fotografia archivo familiar

En eso que te iniciabas querías iniciar a todo el mundo y el placer que encontrabas en aquello se lo querías transmitir a otros… o que cada cual encontrara lo suyo. Todo esto debía de suceder hacia el año 1965.
No he sido muy místico, no he cogido el rollo contemplativo. Con el ácido quizá sí porque venía más dado por todo el hecho del psicodelismo. Pero con el chocolate no. Lo más que podía pasar es que me quedase dormido… al cabo de mucho rato de sesión. Había a quien le daba por comer, a otros por beber, y no alcohol sino agua, que apetecía mucho; y sobre todo por hacer el amor, que era algo muy bueno… Me exacerbaba toda la maquinaria sensible de la carne; pero el rollo místico nunca me alcanzó a través del hax. El hax y la alucinación que puede producir siempre la he considerado relativa. Es cierto que te puede producir alguna alucinación al principio, pero una vez que te has habituado el poder de alucinación se diluye bastante.
A partir de entonces fumé más o menos regularmente. A finales de 1966 vine a hacer la mili a España, fui a Madrid y… entonces fumaba en el cuartel. Allí no conocía a nadie que fumara, o sea que tenía que fumar en plan clandestino. Y, es curioso, pero dejé de fumar porque me planteaba una serie de problemas. Pero cuando lo hice en el cuartel siempre fue de una forma un poco provocativa, como diciendo: “¡bah!, como esos no se enteran de nada”. Pero pensé que podía ser muy peligroso y lo dejé. Tenía una bola, bastante grande, de goma negra afgana y me la acabé en mi casa con los amigos.
Entonces en Madrid ya fumaba alguien. En 1964, cuando dejé Madrid para irme a París, muy poca gente. Entonces el rollo frecuentaba el Café de Gijón, un lugar donde solían ir muchos artistas de teatro, algunos de cine, periodistas… donde se organizaban fiestas. Más tarde he pensado que algunos ya le daban a la coca, por el hecho de utilizar aquellos vaporizadores para la boca, pero que también se metían por la nariz. Y es curioso que en todos los años que viví en París y con la gente con la que traté, gente de teatro, de vanguardia, gente que estaba a todas, nunca llegué a probar la coca. Sí había probado la anfetamina. Allí se utilizaba para bailar, bueno, yo al menos. Cuando salía por la noche me tomaba mis dexedrinas, que eran bastante buenas. Además, las alternaba con un barbitúrico muy fuerte, de manera que… no sé como estoy vivo. Pero bueno, fue una época corta, tampoco creo que hiciera tantos estragos en mí. De todos modos me habitué bastante. Ahora, si lo pienso, en el tiempo en el que volví, ya pasado 1969, estuve viviendo en Madrid con unos amigos, en un apartamento por Dr. Fleming –que aquello era un continuo ir de un sitio a otro, y una chica y otra, y salir de juerga y cachondeo–, y entonces tenía siempre un tubo en el bolsillo; lo utilizaba como forma común de estar… en forma.
El alcohol ha sido una cosa a posteriori del fumar, mucho después. En un país como el nuestro, quien más quien menos tiene un alcohólico por ahí… Y miento al decir que no lo probaba porque si ibas de mesones era obligatorio tomar un tinto con tortilla o calamares. Entonces, sí, me he cogido mis trompas de tinto. Muy a posteriori es cuando he empezado a tomar alcohol, quiero decir como ahora, que a lo mejor sin darte cuenta te tomas tres o cuatro copas.
En Madrid, por la plaza de Santa Ana, hacia 1967, ya empezaba a existir el comercio de hax, pero no era una cosa de fácil acceso como lo es ahora; el que vendía hax se lo miraba mucho. En el cuartel tres amigos formábamos una pequeña camarilla. Llegamos incluso a dar hax –no sé si aquello fue beneficioso para él– a un teniente de carrera que estaba con nosotros. Era un teniente homosexual y muy melómano; en un altillo del cuartel tenía una pequeña habitación con un tocadiscos y unos cuantos discos de música clásica… Era psiquiatra y había estado en un sanatorio, nos enseñó algunos cuadros pintados por gente del sanatorio: aquello era alucinante, los cuadros de los locos; aquella estructura informe pero preciosa.
Antes de fumar hax, en Madrid ya había oído hablar de Kerouac, recuerdo On the road… Me había llamado bastante la atención. No me creí un beatnik, si acaso me asocio más con un hippy.
Luego vino el 68. Te hablo del 68 porque fue salir de la mili y llegar a París. Me fui a Suiza. Entonces, por una serie de circunstancias de mi familia, y comentarios de eso y de lo otro, ya había creado mala conciencia hacia el hax, pensando que efectivamente aquello estaba siendo pernicioso para mi vida; luego he comprobado que efectivamente no era así. Ya en Suiza me fui a trabajar al quinto pino. Estuve en una estación de invierno, haciendo de camarero en un hotel, del cual me echaron. Allí sí me cogí unas grandes trompas. Y después de tanta nieve y eso, a Marsella.
Entonces lo de la heroína lo veía a mucha distancia, a años luz de mí. Tenía dinero por entonces; la heroína era barata, era bastante barata: ¿tú sabes en un papel de celofán de esos que envuelven los paquetes de Gitanes?, pues un celofán de esos lleno de heroína costaba unos 3.000 francos nuevos, que es tira’o; eran 12 pesetas el franco, o sea que era tiradísimo. Además, era de primera mano, con lo cual aquello era demasiado. Acabé tomando… y cambié el traje negro de alpaca por heroína. Nunca llegué a pincharme, no puedo, la esnifaba. Entonces me bajaba al bar del hotel, cogía un libro y me iba a leer al puerto viejo, y la verdad es que estaba medio dormido, nunca me enteré de lo que leí entonces en Marsella. Me estaba enganchando.
Me descolgué de la heroína a causa de la revolución de mayo del 68: claro, aquello era más fuerte que la heroína. Y salíamos… Yo me metí en la revolución. Ya empezábamos a asistir a la Sorbona, el Odeon… Tampoco es que me enrollara políticamente, pero el ambiente era tal, estaba de tal modo, que en el Barrio Latino estabas metido en ello, porque aquello quedaba cerrado. Los CRS habían copado los puentes de salida con los autobuses y todo el pavimento estaba levantado, de modo que no podías pasar, y lo primero que te miraban al pasar eran las manos y, claro, el pasaporte: si eras extranjero te daban de palos de entrada; si eras español, doble; si eras sudaca, triple; tenían ya un baremo según la nacionalidad, para darte palos. Y si eras francés, te detenían, simplemente.


Gaspar, Julio Zenil y Jonathan Ott en un bar de la Condesa, Mexico DF.2005. Fotografia M.Lopez

En el periodo revolucionario del 68 en París fumábamos. El fumar era un complemento de todo aquello, se fumaba en público, se follaba en público, se tiraban adoquines a la policía, no había ningún problema. Yo estaba allí un poco de espectador, pero participaba de ello, aunque fuera de una forma pasiva. Y se fumaba, pero como quien anda; no se le prestaba una atención especial a aquel acto, sino que era un acto más. Dejé del todo la heroína.
El 28 de mayo llegamos en autoestop a Cadaqués. Entonces allí se empezaba a fumar mucho; aunque no se fumaba como ahora, claro. Hubo un momento en que ya buscábamos más la hierba que el chocolate, porque el chocolate te ponía en plan soporífero y te amuermaba. Entonces buscábamos aquella hierba que te daba la alegría, y la verdad es que con la hierba parece que te ríes más, te mueves, te da más actividad; sí, en realidad es más vacilona; ésta era la palabra justa que lo definía todo. Y con el chocolate, sin embargo, creo que debe ser una cuestión de habituarte a ello, y ya te deja más apagado.
Cuando fuimos a Suecia sí que fumaba una maría muy buena. Entonces, cuando me habitué a la hierba me fui a Marruecos. Claro, allí la hierba era… Vamos, me parece absurdo llegar a Marruecos para fumar chocolate, teniendo allí la hierba que tienen, el kif, que es maravilloso; y era aquello de fumar la hierba con el subsi, con todo el ritual del moro, mezclarme allí en Tánger. Fui allí para llegar a Gibraltar, que entonces ya habían cerrado la verja, porque de allí pensábamos hacernos un trip por toda África, íbamos tres amigos. Gibraltar era una parada obligada para comprar material; pensábamos en comprarnos material como una cámara de cine, un magnetófono y eso, y hacernos un trip por todo el norte de África, que luego no resultó, pero bueno, llegamos a Gibraltar.

retrato cañamo
En la Feria Internacional del Libro, Guadalajara, Mexico junto a Moises López, 2005.

Es en Tánger donde conocí la hierba claramente. Me quedé alucinado viendo cómo la preparaban, con la rama, el cuchillo y una madera, apartando las cosas; vi como mezclaban la taba, el tabaco ese que tienen con leche para que no pique la garganta. Es allí donde me admiraba al ver esa diferencia que hay entre lo legal y lo ilegal, porque en Marruecos, entonces, si bien ya estaba prohibido por el gobierno marroquí, la prohibición se había convertido en una tolerancia, y todo el mundo fumaba descaradamente. Yo, desde el hotel, mandaba a un chaval de aquellos: “toma, súbeme una papelina”, y en un papel de esos de envolver carne te subía, por un dírham, para hacerte cinco porros buenos. Además, era la época del hipismo fuerte, a finales del 68 o 69. Los hippies andaban con la mochila y bajo el brazo un disco de Dylan, Joe Cocker o de Traffic; y por supuesto, el “mato” de hierba bien aparente a la vista.
Pasé a Gibraltar y seguí fumando hierba, peo no había hax. Hice amistad con un taxista llanito que llevaba un enorme Chevrolet que no sabía ni dónde aparcarlo. Cuando desembarqué en Gibraltar iba con mi chilaba que me había comprado en Tánger y mi turbante. En el transbordador había pasado mi hierba.

Gaspar y planta
Fotografia: Emmanuel Yela

En Catalan Beach me senté en una casamata a fumar con una chica francesa y vemos una sombra que por detrás nos aplasta: giramos la cabeza y era ese taxista: “Vaya cómo os estáis poniendo, ¿eh? Vaya globo que estáis cogiendo… Cómo canta eso”, y tal y cual. Él sacó de lo suyo, nos fuimos al Chevrolet, donde tenía una bolsa, y empezamos a hablar… “Sí, esto aquí no hay problema.” Y era verdad, porque ya empezaba a haber mucha emigración árabe, habían cerrado la verja y la mano de obra ya se convertía en mora, y entonces todos venían cargados… y no había ningún problema. Incluso la policía, la ronda no la hacían en coche sino en moto, desconectaban su radio y se sentaban en el parque a fumar porros con los chavales. Es allí donde realmente me aficioné a la hierba, porque era mucho más fácil de conseguir, y el hax era muy malo. A pesar de que entonces el doble cero era mucho mejor que ahora, si venías acostumbrado al del Líbano o al afgano, el marroquí no te sabía a nada.
Te puedo seguir contando cómo pasé de una cosa a la otra. Eso de la propaganda siempre lo había visto con bastante escepticismo, de que se empieza por la droga blanda y se acaba por la droga dura. De hecho es así, es así. A la mínima oportunidad, y más hoy en día que se está extendiendo, se pasa el salto sin apenas transición.
Fue el año pasado, creo, que fuimos a una charla que daba este de la brigada de estupefacientes, Chato Morales. Son unas conferencias que organiza el ayuntamiento. El salón de actos estaba lleno de padres de familia, y el Chato Morales dando la conferencia. Me asombró bastante ver que estaba bien informado: vas a la charla de un policía esperando que va a ser muy superficial lo que te va a decir, y luego está todo muy bien hilvanado, muy bien expuesto y, además, es ameno. Además, fue muy gracioso porque, imagínate, a un auditorio de tenderos de Gracia y gente así, intentaba explicarles el efecto del pincho de heroína: “Imagínense ustedes que es como quinientas veces un orgasmo.” Todos los matrimonios se miraban con unas caras como queriendo decir “¿dónde hay de eso?”. Claro que Chato Morales enseguida le puso el contrapunto a la cosa: después de las exclamaciones de sorpresa y admiración por lo que decía y tal, enseguida les empalmó: “Claro, que vale 20.000 pesetas el gramo”. El alma del tendero cayó a los pies a todos. Después de unas demostraciones de cómo se esnifaba la coca, haciendo un canuto con un billete de mil, que lo hacía divino, vamos, se notaba que entendía de qué iba el asunto, vino la cosa de las preguntas: “Venga, venga, pregunten ustedes lo que quieran.” “¿Y nosotros no podemos preguntar?”, dijimos. Y… “Oiga, ¿es verdad que últimamente la policía ya empieza a detener a niños de catorce años en las puertas de los colegios con drogas?”. Y él: “No, no, qué va… Hombre, igual de aquí a un año eso llega, pero de momento les puedo asegurar que no. No se preocupen ustedes, que si un día sus hijos llegan a casa mareados, con un estado un poco distinto de lo normal y les dicen que se han tomado una Pepsi-cola con una aspirina, no se lo crean ustedes, porque es una tontería que no produce ningún efecto, para que se pongan en ese estado por lo menos; entonces piensen que lo más probable es que se hayan fumado un porro, pero de momento no creo que esto suceda con un chaval de catorce años; eso será a los diecisiete o a los dieciséis”. Eso era hace dos años; igual ahora ya ha bajado.
Cuando nos instalamos en Barcelona, hacia el año 70, seguimos más o menos la misma tónica: amigos, conocidos, muchos eran gente que fumaba; la coca vino muchos años después a través de los sudamericanos. En esa época ya no necesitábamos bajar a comprar chocolate al Chino: la verdad es que yo alguna vez que bajaba era más por conocer el ambiente; bajaba solo, y me dedicaba a ver lo que había allí. El sitio así más de contacto de las Ramblas era el café de la Opera. Allí, localizar a alguien normalmente era fácil. Llevaba bastante paranoia: normalmente te sacaban por la puerta de atrás; yo lo hice en dos ocasiones, la primera pensé que me iban a atracar en vez de pasarme la cosa… Fuertísimo, aquel callejón es terrible.
Nada más llegar en el 70 ya fuimos a los recitales del Iris, con Música Dispersa y el Pau Riba. Empezamos a conocer a gente, músicos… Aquello era divertido, porque allí detrás ya se empezaba a tomar de todo cuando terminaba el concierto, y es por ahí que empecé a probar la coca. Porque antes había probado la heroína, pero la coca no; no era una cosa tan normal, por lo menos en Francia: luego, pensándolo bien, me ha extrañado, porque allí en Francia, en aquel ambiente de la publicidad, podía haberse dado. Pero parece que tardó más. Por cierto, hay una canción de Edith Piaf en la que habla de la coca; en Pigalle, y la pronuncia como tal, coca. Esto, por lo visto, había tenido ya su popularidad, y aquí, en el Paralelo, según me han dicho, se conocía desde siempre entre artistas de variedades. Y es natural, porque en este tipo de actividades necesitan una marcha: eso de cada día salir al escenario y hacer una cara…, y llega el momento en el que el carácter no da para tanto. Entre los políticos dicen que también se da. Hace un par de años vino en el Play-Boy un extensísimo artículo en el que hablaban de la coca entre la jet society norteamericana, y en concreto citaban a un ayudante de Carter, que le cogieron en un asunto… Incluso era una apología de la coca, ese artículo.
De actividades ligadas con el rollo, el Star se comienza a publicar en el 74, en el 75 saco yo el RockComix… Ajoblanco había empezado después del Star. Son las publicaciones que empiezan a imprimirle una marcha underground a toda la historia.

Cubiertas Rock Comix
En 1976 Gaspar Fraga, editor de la revista Rock Comix, dedicó el número 4 a Lou Reed quien utilizó sin permiso un dibujo de Nazario para ilustrar la cubierta del álbum “Take no Prisoners” Gaspar y Nazario pleitearon en New York con RCA hasta que estos reconocieron los derechos de sus legítimos propietarios. Fotografia archivo Nazario

Portada de San Reprimonio y las Pirañas
Portada de San Reprimonio y las Pirañas, 1976. Obra de Nazario para ediciones Rock Comix

Ya antes, en el 73, habían salido el Carajillo Vacilón, los Tebeos del Rrollo; todos esos son anteriores. Empezaron con el Farri, en el taller de la calle Comercio, con Nazario, Mariscal, Montesol y Ferriol, que fueron los introductores del underground, en el sentido de que se estaban chupando toda la cosa americana. El RockComix era algo más formal, dentro de todo el rollo underground, iba más por el rollo musical. Todos los dibujantes y esa gente fumaban y tripaban y de todo. Y el hecho de hacer un cómic donde explicaban el cómo y el porqué de todo aquello…, pero no era exhibicionismo, no era provocación; más que nada era una explicación del porqué de todo aquello, y se trataba de buscar una explicación del porqué… que nunca ha existido.
Ganas de publicar tenían, tenían muy claro que querían publicar un cómic, lo que no tenían claro era la pasta, la cuestión del montaje y la estructura comercial. Lo de publicar el cómic era, y sigue siendo hoy, mucho más, un medio de expresión muy próximo a la gente, mucho más directo que la literatura clásica. El cómic suple en el análisis mental al libro.
Como te decía, la transición de una droga blanda a una dura no me parece muy difícil; en cambio, en mi época, sí lo era. Lo era porque estaba menos difundida. En cambio, hoy en día, los chavales empiezan con cualquier cosa, y muchas veces van directamente a la heroína, no existe un paso previo. Entonces tampoco se había dado tanta publicidad a la heroína, hablando en términos generales era desconocida. Si accedías a ella, era con un desconocimiento total de lo que iba a pasarte. En mi caso por lo menos fue así. En cambio, si hoy me voy a pinchar ya sé lo que me va a pasar… y creo que lo sabe casi todo el mundo. Recuerdo que en Madrid me enteré de que un actor de televisión, Bronco Lein, alto, fornido, un tiparrón, pues… Este fornido vaquero tomaba heroína pero no cuadraba en el esquema del tío que toma heroína, que suele ser escuálido, pálido… No lo entiendo.


Gaspar Fraga. Fotografia archivo Cáñamo

El trip, aquello era mucho más ritual que el chocolate. Yo ya lo había probado antes de venir aquí, en Madrid. Entonces empezó a aparecer el ácido como cosa normal: era la época del Sargent’s Pipper y el ácido. Era poner un disco de los Beatles y tomar un ácido. Entonces allí empezaba el psicodrama o era… ver la puesta de sol, o el amanecer. Era bastante aburrido en cuanto a la relación social. Sí era muy ritual, era una especie de comunión, y nunca mejor dicho, porque la comunión era efectiva, quiero decir que todos comulgábamos al mismo tiempo. El ácido no se tomaba: “oye, que me tomo un ácido”, sino “oye, vamos a tomarnos un ácido”. Repartíamos los ácidos, y entonces nos sentábamos a la espera de aquella lengua divina que tenía que bajar a iluminarnos. Y allá estabas sentado con el disco. Y cuando el disco empezaba a surtir efecto, yo nunca supe si era primero el disco y después el ácido o primero el ácido y después el disco… El caso es que cuando empezaba a surtir efecto alguna de las dos cosas, llegaban las alucinaciones, y cada uno iba explicando lo que veía: “pues yo en esta lámpara estoy viendo una formación de colores…”. ¡Bueno!, a alguien se le ocurría decir que tenía ganas de mear, lo cual era muy normal, pero aquello sonaba como “vamos, cómo se va a mear ahora que estamos tomando el ácido”. Porque si ibas al váter, podíamos ser cinco o seis personas, o más, sabíamos que el sonido del pis de aquella persona nos iba a taladrar la cabeza mientras durara. Era una alucinación auditiva. Siempre me llamó mucho la atención la deformación celular. Me quedaba delante del espejo y veía cómo la cara se me iba descomponiendo, me daba una impresión de morbidez en toda la cara… y la sensación era como si me ablandaran las carnes y como una especie de movimiento giratorio. No sé, había un cuelgue fuerte de la imagen. Y del sonido también.
Una vez me dio un mal trip un amigo que dijo que se había quedado ciego: yo y otro compañero estuvimos un buen rato guiándole y el chala’o diciendo: “Hostia, es que me he queda’o ciego y tal”. Y yo: “que me parece que no, que lo que tienes es un enorme trip encima”. En fin, en aquella casa de Madrid siempre nos reuníamos gente muy divertida. Éramos jóvenes y todos estábamos tratando de hacer algo. El que no hacía cine quería escribir. Nos tomábamos el ácido bajo una perspectiva de observación de lo que podía pasar, siempre a la espera de lo que realmente nos iba a proporcionar el ácido. Mira, era buscar dentro del ácido formas nuestras, y una forma de entendimiento unos con otros, y era divertido. Después ya no, después, ya no sé si es que te habitúas. Siempre he tenido la impresión de que el ácido da coletazos. Da coletazos, e incluso me ha pasado años después de no haber tomado un ácido tener una sensación… así, repetitiva de algo, y meterme en una alucinación sin haber ingerido ningún ácido. Es algo en el cerebro que se ha acostumbrado a aquella visión y la memoria te lo recuerda…, y tú haces repulsa de ello, creo. No sé cual es el mecanismo que lo pone en marcha, pero sucede. Una vez, cuando fumaba, me encontré con un chico americano que decía eso de que con una, dos o tres veces basta para saber lo que es esta experiencia. Y que una vez que ya has aprendido en qué consiste, te la puedes provocar voluntariamente. A mí me parece que es así. Por cierto, hace poco me tomé un ácido: hacía muchos años que no tomaba, y un amigo mío me pasó dos: “Que me han traído de Holanda unos ácidos muy buenos, si quieres te paso”, “sí, sí, pásamelos y tal”. Y los he tenido siete meses… Y ya harto de verlos por ahí, un día se me ocurrió así: “bah, me lo voy a tomar”. Ni le avisé a ella, que es lo normal, ¿no?, cuando uno está con alguien, pero dije: “no, no lo voy a tomar yo solo”. Y me lo tomé un domingo, con el niño y con la familia… Y lo pasé mal por inquietud mía, y nerviosismo, que también era normal que lo pasara mal, y traté de no darle importancia; que si hubiera sido uno de los primeros ácidos lo hubiera pasado bastante mal, hubiera sido un mal trip. Sin embargo, pienso que es domesticable, no hay que asustarse.
En cambio, con la heroína he tenido experiencias bastante malas. Posteriormente a la temporada de Marsella, por diversas circunstancias, he tenido a mi alrededor gente que tomaba heroína, de tal modo que acabé tomando otra vez. Y durante cerca de dos años estuve más o menos lia’o. Después ya la he dejado del todo, pero no me atrevería a decir definitivamente, porque, con esa, nunca se sabe.

Hasta luego, “Freaky Molina”

Sin Gaspar, un homenaje de Yorgos K

Durante la ceremonia de despedida de Gaspar, Virgínia Montañés preguntó a los presentes qué habían aprendido de Gaspar y qué sentían ante su pérdida. Estas son sus respuestas. Es sólo un ejemplo del legado que nos deja.

Oriol Romaní
“De Gaspar aprendí su buena disposición, fue uno de mis primeros entrevistados cuando hice mi tesis doctoral sobre el cannabis, a finales de los setenta. Un tipo abierto, cordial, y a partir de ahí… la cordialidad, el estar dispuesto a tirar con lo que sea, con buen rollo y buen feeling con la gente. Al mismo tiempo la capacidad de organizar cosas concretas, como quien parece que no hace nada. Esto también me parece fundamental en un país en el que todo el mundo se pone tantas medallas y resulta que al final los que trabajan son otros. Él tenía estas dos cosas, fundamentalmente y le agradezco mucho lo que hizo conmigo, yo era un jovenzuelo antropólogo que acababa de salir de la facultad.
Me he quedado un poco jodido, porqué últimamente lo veía poco, y la cercanía generacional también te toca un poco. Y pienso que, no sé si llamarla mezcla entre ideología, cultura y sociedad, siempre acaba cobrándose las biografías intensas, pero bueno, la sensación de tristeza ha quedado sobrepasada por el hecho de que ha sido un tío que ha vivido intensamente y yo creo que a él gustaría eso, que le despidamos con cierta alegría.”

Fernanda de la Figuera (ARSECA/FAC)
Con Gaspar he compartido muchas cosas, somos de una misma generación, incluso yo soy un poco más mayor que él. He aprendido mucho de él, el sentido del humor y la serenidad a la hora de enfrentarte con los problemas, de discutir y de dar tus razones para defender tus ideas, tu libertad y tu individualidad, y, sobre todo, la rebeldía de la que él presumía y de la que yo he presumido también siempre.
Me siento muy bien por él y muy mal por mí y por todos. Muy bien por él porque creo que en estos trances lo mejor que te puede tocar es que sea un camino rápido, y muy mal por mí y por todos nosotros porque creo que hemos perdido una voz muy importante.

José Carlos Bouso (Investigador, Hospital de Sant Pau)
He aprendido muchas cosas, ingenio, creatividad, buscar salidas donde parece que no las hay, humanidad y gamberrismo… de todo un poco. Estoy consternado, como casi todos.

José Afuera (LA MACA)
De Gaspar he aprendido la paciencia y la sabiduría, el saber expresarse, el apoyo, todas esas cosas que siempre nos dio sin casi conocernos.
Triste. Está claro que hay gente que le toca mucho más que a mí, pero triste.

Enric Josa Camps “Tuli” (ICC)
Valoro su manera de decir las cosas sobre todo, más importante es cómo decía él las cosas y las visiones que tenía, iba más allá, incluso la rebeldía del día a día, luchar ante lo que uno quiere hacer porque lo quiere hacer. Eso es lo más importante. Y la manera de comunicarse, era un comunicador tremendo. Lamento mucho no haberle escrito el artículo que le prometí sobre una manera que yo tenía de fumar, yo lo he llamado el guasabi.
Me siento liberado porque tuve la oportunidad de despedirme durante la cena que organizamos, le di dos besos y le dije que eran dos besos de despedida porque seguramente ya no nos volveríamos a ver, y él lo sabía. Entonces hoy me siento más bien aliviado, porque ese dolor que él tenía ha desaparecido

Xavier Pretel (Faudas)
Intelectualmente he aprendido mucho de él, leyendo, he leído muchos artículos suyos, hablaba mucho con él, me ha dado muchas ideas, me ha aclarado muchos conceptos… Pero sobre todo lo que he aprendido de él es la constancia, mantener las convicciones, luchar por ellas, yo creo que ha sido su constante. Ha mantenido una línea a la que ha sido fiel toda su vida, a pesar de todo, a pesar de ser detenido, a pesar de ser criticado, de ser vilipendiado. Ha sido el mayor aprendizaje.
Me siento mal, una pérdida. Lo malo es que en este mundo de las drogas y la prohibición hemos perdido tantas personas que las pérdidas son cada vez más normales, y las vives con más normalidad.

Jordi Cebrian (Cáñamo)
Le debo haber entrado en la revista, haber empezado a escribir y entrar en la militancia canábica. Yo creo que de Gaspar todos debemos aprender su rebeldía, sus ganas de vivir, su lucha por los derechos de la gente, y el hecho de no rendirse ni ante la enfermedad ni ante nada, sólo por eso ya es un gran ejemplo.
Estoy hecho polvo, como todos, con mucha rabia por la puta muerte, es horroroso, pero bueno, dentro de todo estoy seguro de que él hubiera querido que estuviéramos contentos y fumándonos algo en su memoria.

Sativorro (Asociacón de Internautas CannabisCafé)
He aprendido sobre todo a tener bastante amueblada la cabeza, siempre que escribía cualquier cosa razonaba mucho las cosas, hablaba o escribía y estaba todo bastante meditado ya. No era como otras personas que se tiran a la piscina aunque no haya agua. La experiencia que tenía lo demostraba, haber vivido mucho. Te hacía comprender muchas cosas.
Estoy bastante jodido porque dentro del activismo nos ha dejado un legado muy bueno, nos ha dado un mapa con el destino a seguir. Por desgracia no ha podido ver esta meta de la normalización, pero nos ha dejado unas pautas bastante buenas y bastante camino hecho.

Almudena Castillo (Cáñamo)
De Gaspar he aprendido a combinar rebeldía y risa como actitud ante la vida.
Me siento triste por la pérdida, feliz por haberle conocido y disfrutado de su genialidad.

Kim Serra (Cáñamo)
Es difícil decir en pocas palabras lo que he aprendido de Gaspar. Por ejemplo, esta última etapa ha sido una lección para nosotros. La manera de asumir la enfermedad. Desde luego no tenía ningunas ganas de morirse, pero también la manera de asumir el hecho mismo de la muerte es la actitud que él siempre tuvo ante la vida, esta actitud de rebeldía es la misma actitud ante la enfermedad y ante la muerte ¿no? O bueno, ante las vicisitudes difíciles que ha tenido a lo largo de su vida. Desde luego un espíritu muy vivo, con mucha vida. Compaginándolo al mismo tiempo con una gran capacidad intelectual, nos ha aportado mucho en la manera de pensar y en la manera de hacer. Eso de ir trabajando y siendo un poco más que los individuos, algo más colectivo. Este momento nos ha dolido mucho por la amistad que hemos desarrollado en este tiempo, es difícil en la vida establecer estas relaciones.
Me siento con el dolor de perder a una persona querida. Pero es una cosa puntual, es más importante lo que queda después con nosotros que la desaparición física.

Elisabeth (Cáñamo)
De él he aprendido a ir aceptando las cosas como vienen, pero no por esto quedarte inmóvil, sino seguir ahí, seguir con tus opiniones, seguir con tu lucha cuando crees que merece la pena, y una presencia de ánimo que no sé si yo tendré cuando me llegue el momento.
Me siento fundamentalmente triste, se ha ido alguien que no sólo era importante para la revista sino para todos nosotros en cada momento. Es una persona que se echa en falta, solamente saber que no le voy a poder ver dentro de un mes como era lo previsto… pero él tenía más presencia de ánimo que nosotros y esto es lo que va quedando también de una persona, que ante momentos tan duros siempre asumió la realidad e intentó luchar contra esto. Ya lo empiezo a faltar.

Carulo (Cáñamo)
Es muy difícil resumir lo que he aprendido de él. El otro día nos dio una lección a todos. Y ahora comprendemos los cojones que le echó, y el valor sobrehumano que hizo, viniendo a la cena homenaje que le hicimos los de Cannabiscafé enganchado a su máquina de oxígeno. Estuvimos todos los que pudimos, aunque hubieran venido muchos más. Esa noche nos regaló su último discurso. Y nos regaló pequeños retales de su vida, en los que quedó claro como rebelde. Lo que aprendí aquella noche fue el afán de superación de no dejarse derrotar nunca hasta el último momento. Lo pudimos ver todos los que estuvimos allí. Al principio, no pudo ni entonar unas frases de una canción que quiso cantar y acabó hablando con una voz alta y grave, fue de menos a más. Esa es la lección que aprendí el otro día. Ha sido un gran cabrón hasta el último momento.
Me siento mal, triste. Pero bueno, es lo que hay, la muerte forma parte de la vida y hay que aceptarlo. A todos nos llegará y hay que tomarlo como ejemplo, hacer tus cosas y una cosa que empieces acabarla hasta el último momento, hasta el último aliento, aprovechar la vida hasta el último segundo. Y eso es lo que ha hecho Gaspar. Ha luchado desde que nació hasta el otro día en que luchó para explicarnos aquello.

Fede
Conocí a Gaspar en el año sesenta y ocho en París, él fue expulsado a Gibraltar y Tánger y demás. Para mí fue un amigo y un luchador incomprendido.

Patrícia Díaz Cervantes
Para mí fue una gran persona, lo he visto poquitas veces pero lo he pasado muy bien con él. He aprendido mucho de él. Sólo con mirarle ya te transmitía.

Claudio Feliú
He aprendido muchas cosas de él. Lo conocí hace treinta años, yo tenía veinte. Hemos hecho de todo juntos, montar las fiestas de Gracia, montar la revista… Me ha enseñado mucho. Con él comenzamos a experimentar con todo tipo de sustancias y a disfrutar de todo, como era él. Yo lo consideraba mi mejor amigo.

Pedro Caldentey (Cáñamo)
He aprendido a ser buena persona y gran conversador. Me siento muy triste, pero bueno, yo también estudié filosofía como él, entonces sé cuál era su actitud ante la muerte y ante la vida y, por tanto, estoy también contento, tal como lo estaría él, y así de valiente.

Martin Barriuso (PANNAGH/FAC)
De Gaspar he aprendido que cuando la quieres liar hay que liarla en serio. Lo que decía de superar la etapa panfletaria yo lo tengo clarísimo, como uno de los centros de nuestra actividad. El medio también es el mensaje y hay que usar medios potentes para potenciar causas potentes. Y luego a tomarse las cosas con filosofía, en el sentido más amplio de la palabra. Me siento triste.

Jaime Farrás
De Gaspar he aprendido que se puede hacer lo que a uno le dé la gana toda su vida, y que sólo es cuestión de proponérselo, no ser demasiado ambicioso y no pretender que eso que tú quieres vaya a ser la gran panacea o el gran éxito, sino simplemente por el placer de hacerlo y de defender tus ideas, y pienso que Gaspar lo que hizo fue eso, vivir su vida en medio de todos nosotros felizmente hasta el último día. Me da envidia, me gustaría poder morirme tan tranquilo como se ha muerto él.

Ferrán Casabona (GOOD HOUSE SEEDS)
De Gaspar he aprendido a tener paciencia, el día a día, que nada se resuelve en dos días, y muchos amigos. Que las cosas se hacen con amigos. Había calidad humana, era persona.
Me siento triste, porque hace poco enterramos a Chus, que era un amigo, distribuidor de Cáñamo, activista de los pioneros, también hace poco enterramos a Joaquín, de Reus, y dices “empezamos a ser mayores ya”, empiezas a ver que las cosas cambian, que parece que no cambian, pero cada día cambian un poquito.

Jordi Bricker (Cáñamo)
He aprendido mucho sobre el mundo editorial trabajando con él, pero también he aprendido que se puede tener una visión de la vida que es la de rebelde con causa. Aprendimos con Gaspar que realmente tener una visión, tener una ilusión y trabajar duro en ello puede dar resultados y puede funcionar cuando realmente hay una fuerza motriz detrás, y Gaspar era esa fuerza motriz. Eso es lo que aprendimos de él, que con él, como comandante, podíamos todos navegar en esa barca y llegar lejos. Ese ha sido en esos últimos años su legado y esa es la parte con la que nos quedamos. Eso y la parte de trabajar prácticamente hasta el último día de su vida.
Sobre todo, me alegro por él, que ya le tocaba un descansito. Creo que mi tristeza está bastante temperada por esa creencia de que él realmente ahora está libre para seguir su camino y que, de alguna manera, todas las cosas que ha hecho en esta vida le van a servir muy bien en las próximas.

Xavier Arana
Gaspar, viejo militante capaz de transmitir, con su sabiduría socarrona, renovado entusiasmo en la lucha por las libertades y la dignidad de las personas. Claro ejemplo de rara avis en riesgo de desaparición.

Virgínia Montañés
Gaspar demostró en todo momento que es posible hacer un trabajo profesional y reivindicativo al mismo tiempo, disfrutando de ello y manteniéndose firme ante los vaivenes de la vida y la política. También nos enseñó que la generosidad con el conocimiento aporta más conocimiento y respeto que la tacañería intelectual y a dar espacio y respeto a las nuevas generaciones. Me siento huérfana.