Primera actuació dels Rollings Stones a Barcelona, 11 de juny de 1976, Plaça de toros Monumental.


Entrada al concert cortesia de Milestone

Escenes preses a la cua d’entrada al concert de Rolling Stones, en la Plaça Monumental de Barcelona.

La Monumental estava totalment rodejada per furgos blindades amb milers de grisos, molta gent va tenir problemes per entrar. La rollingmania en aquells temps, era una de las meves debilitats i vaig disfrutar com una enana, no us se dir sí ho feien tan malament com sembla al vídeo. Sí recordo que la tensió va durar en tot moment, fins i tot van caure gasos lacrimògens entre el públic. A fora es va lidiar, mai millor dit, una verdadera batalla campal. Eren coses d’aquells temps…
quilpil

Arribada del grup i inici del show amb “Honky Tonk Women”.

Rolling Stones European tour 1976 Private S 8 Movie (amb escenes rodades a Barcelona)

Crònica del Diego A. Manrique sobre el concert dels Stones a Barcelona
Cortesia de JM Ripoll

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ROLLING STONES
por Diego A. Manrique

Malas vibraciones. Acabábamos de recorrer seiscientos kilómetros para asistir al debut de los Rolling Stones en España y deseábamos olvidarnos del cansancio y las tensiones del viaje pero el espectáculo de los alrededores de la Monumental tenía mucho de inquietante. Policías a caballo, gente repartiendo nerviosamente folletos y octavillas, automovilistas mirando asombrados aquella extraña concentración popular, rumores desmadrados, amenazas contra los organizadores del concierto, planes en el aire para intentar forzar alguna puerta. Aquello no eran las preliminares de una fiesta.
Entramos. La parte del ruedo no ocupada por el escenario ya estaba llena de una masa bulliciosa y con ganas de marcha. Sólo los tendidos con vista frontal del escenario se hallaban al completo: las estimaciones de la audiencia iban de 12.000 a 16.000 personas pero no me dediqué a contarlas: buscamos un buen sitio para sentarnos y esperamos el comienzo de la música.
A las nueve y veinte, dejaron de sonar los discos y irrumpían los Meters como un torrente de ritmo: PARRRRRTY!!!! Bailando, saltando, disfrutando, invitándonos a volver a ganar el control sobre nuestro cuerpo, Art Neville y sus compañeros presentaron casi una hora de música entre el rock y el funk que casi me atrevería a calificar de irresistible, aunque a juzgar por la reacción de cierto sector – que les pitaron con ganas – no todos disfrutaron con los solos a lo Ernie Isley del guitarrista, el honorable Leo Nocentelli. El percusionista, enfundado en un traje amarillo, no estuvo quieto ni un momento, ya sea cantando, marcándose unos pasos de flamenco o haciendo demostraciones del ‘cissy strut’ como si fuera uno de esos fantásticos bailarines homosexuales de las discotecas neoyorquinas. Tal vez los Meters se desenvuelvan mejor en un club pero aquí probaron su dominio de los ritmos de New Orleans, su capacidad para interpretar temas suaves y hasta concluyeron con el ‘Johnny B. Goode’ de Chuck Berry, que dejó muy satisfecho al respetable.
Durante la actuación de los Meters, se vio que ésta no iba a ser una noche apacible. Las primeras filas del público del ruedo se levantaron ante la invitación al baile del quinteto negro y la gente que prefirió quedarse sentada se incomodó al ver bloqueada su visión del escenario. Empezaron a volar botellas y a los pocos minutos una contienda a base de puñados de arena estaba en todo su esplendor. No sé si fue muy divertido para los participantes pero el ver un enfrentamiento tan estúpido entre nuestra gente me causó cierta sensación de angustia.
Mientras tanto, la temperatura en el exterior de la plaza se había ido caldeando. Varios centenares de chavales que no habían querido o no habían podido pagar las famosas novecientas pesetas esperaban su oportunidad. El resultado era inevitable: intentos de colarse en masa, insultos intercambiados con la policía, carreras, agresiones. A las diez y cuarto, la batalla callejera había comenzado. Los empleados de La Monumental habían cerrado las puertas y las brigadas anti-disturbios procedían a la disolución de la multitud con balas de goma y bombas de humo. Desde los pisos altos de la plaza, parte del público coreaba los de “¡Que pasen los de afuera!” y, a la vista de las escaramuzas, lanzaba botellas e increpaba a la policía. Estos respondieron lanzando una bomba de humo al interior, que fue la primera indicación para el grueso de los espectadores de que algo estaba ocurriendo fuera. Fue un momento de pánico: “¡Es un incendio!”. El humo empezó a invadir una parte de las localidades y por un momento pareció que iba a comenzar una loca desbandada que hubiera producido consecuencias desastrosas. Pero el miedo nos dejó helados hasta que el humo comenzó a desaparecer y por los altavoces hicieron llamamientos a la tranquilidad con frases como “a ver si entre todos podemos evitar que se repitan estas situaciones”.
Ya no eran necesarias esas invocaciones. Estuvimos a punto de ser protagonistas de una tragedia que hubiera empequeñecido los sucesos de Altamont – o de Vitoria, si prefieres – y esas “situaciones” deben ser previstas con anterioridad por los responsables de los conciertos. A nadie se le ocultaba el resentimiento entre las masas rockeras por el precio de las entradas, el más alto de la gira europea y doblemente exagerado si tomas en consideración el aforo del local y el poder adquisitivo del joven medio español. La mala leche se palpaba desde hace varias semanas y en una coyuntura como la nuestra eso puede ser explosivo. Sin embargo, se prefirió cerrar los ojos y así resultaron las cosas. Subidos en sus bellas torres de marfil, los promotores parecían desconocer la mentalidad del público rockero y carecer de coordinación con los responsables de las fuerzas policiales. Obsesionados con complacer todos los caprichos de la troupe de los Stones, olvidaron que también tenían obligaciones para con los asistentes. Pero sigamos con el concierto. Se escucharon por los altavoces grabaciones de los Wailers, los Beatles (“Rubber Soul”) y hasta del propio Bill Wyman con los que los ánimos se fueron apaciguando y la multitud que se hallaba dentro volvió a unirse con la música. No obstante, la violencia todavía no había concluíído. Yo tuve la ocurrencia – necesidad, más bien – de salir a los servicios y cuando iba a salir al pasillo, me encontré con una avalancha de guardias con cascos y porras que habían penetrado en la plaza en una operación de “castigo”. Iban corriendo pero no lo suficientemente veloces como para que uno de ellos no se fijara en mí. Yo me creía protegido, rodeado de otros policías armados estacionados en la entrada al ruedo que miraban impertérritos la actuación de “los especialistas en disturbios” pero el tal caballero me echó el ojo y se vino corriendo hacia mí diciendo algo así como:
-“Y a ti ¿te hase grasia?”
Decidí que era una pregunta que no necesitaba contestación y me di la vuelta para regresar al ruedo a toda prisa. Pero no con la velocidad necesaria ya que recibí un gran golpe en la espalda. Evidentemente, no era el momento de pedir explicaciones: hasta los empleados de la plaza huían aterrorizados.
Subí a mi lugar con una agilidad que yo creía haber perdido años atrás y aún tuve que explicar a una vecina inglesa – bastante ebria, de edad madura y supuesta corresponsal de un periódico de Mallorca – por qué la policía actuaba así y por qué los chavales estaban fuera y otras tantas cosas. La España de Fraga todavía es “different”, querida señora.
Al poco de este episodio, salió a las tablas John Miles y su banda. Creo que no se le anunció y al día siguiente algún periódico informaría que “Robin Trower actuó en segundo lugar”. Pues no, Trower se hallaba oficialmente enfermo y en los últimos días hubo negociaciones varias para asegurarse otro telonero. Falló Jess Roden, también falló el Baker-Gurvitz Army y finalmente se presentó John Miles, que recientemente nos visitó en la gira de Jethro Tull. Miles está siendo promocionado fuertemente por su compañía discográfica y no desaprovechan ocasión para hacerle tocar ante grandes auditorios. Vestido con pantalones rojizos y chaquetilla blanca, sigue empeñado en evocar la figura de James Dean pero es mejor no juzgarle por sus pretensiones. Lo que ofrece es un pop-rock brillante hasta la plasticidad, tan rebuscado como el de Queen o Steve Harley. Lo hace bien, desde luego, con razonables exhibiciones guitarreras y canciones llenas de ganchos. En Barcelona presentó un show muy calculado y destinado a complacer, intercalando rock and roll cuando aquello decaía con las baladas, que no fueron del agrado de la gente. Después de interpretar “Music” sentado a los teclados, se lanzó por el “Roll over Beethoven” de Berry – Oh, Chuck, nunca sabrás la cantidad de gente a los que has salvado la vida – y siguió con su “Sweet Lorraine” antes de volver a terreno más firme con el “Heartbreak Hotel” de Elvis, que incluyó hasta una “fellatio” simulada con el bajista, al estilo de lo que Bowie y Ronson hacían años atrás. Con un sonido excepcional, Miles no dejó mal sabor de boca aunque uno espera que el rock de los últimos años setenta sea algo más original y espontáneo.
Eran las doce y ya se veía que los organizadores habían cometido un grave error al hacer esperar tanto tiempo para la aparición de los Stones. La noche era deliciosa pero el público enrollado manifestaba las primeras señales de cansancio. El “otro” público – snobs, curiosos, vigilantes, periodistas – no ocultaba su aburrimiento. Las cervezas – a 30 pesetas – y unos birriosos bocadillos de salchichas – 50 pesetas – parecían haberse agotado.
Y de repente, suena un pasodoble y aquí están, LOS ROLLING STONES! Tremendo, “Honky Tonk Woman” para ponerse a punto. Billy Preston está rodeado de teclados – aunque en un par de ocasiones Ian Stewart se sentó al piano – mientras que Ron Wood, ataviado como un charro mejicano, se mueve y sonríe como un chaval que acaba de escaparse de la escuela. Charlie Watts sigue promocionando la moda Dachau, a juzgar por su siniestra cabeza, pero le da con fuerza a los parches, secundado por Ollie Brown cuyos instrumentos de percusión están situados un poco más arriba- El gran Keith Richards parece estar en baja forma, demasiado torpe y feo para adoptar sus poses de guitarrista mortífero, tal vez en las postrimerías de uno de sus famosos ciclos de cuatro días sin dormir. Al extremo, con una indecible expresión de aburrimiento, Bill Wyman con su bajo en posición vertical. Y al frente, el demonio reencarnado: Mick Jagger, que pronto pasa a un histérico “If you can’t rock me” que enlaza con – ¡sorpresa! – unos versos de “Get off of my cloud”, que todavía suena tan enfollonada como en 1966.
Con las canciones de “Black and Blue”, el grupo se pone a tono. “Hands of Fate” no alcanza dimensiones de clásica pero “Hey negrita” les da oportunidad para darle a los ritmos negroides con placer. Sigue una-de-cuyo-título-no-me-acuerdo y llega el turno a “Fool to cry”, que Jagger canta con melodramática emoción detrás de un “string synthesizer”. Pero los Stones son chicos sucios y malos y pronto vuelven a las canciones obscenas que tanto nos gustan: “Starfucker” es insolente y entonces descubro que no usan el enorme falo hinchable que aparece en todas sus actuaciones durante este número. De hecho, tampoco se pudo ver el famoso escenario que se abre en forma de loto, las banderas rastafarianas y el espectáculo de Mick balanceándose en una cuerda sobre las cabezas de la gente, extras de los que han disfrutado los fans ingleses sin haber tenido que cotizar novecientas pesetas. ¡Sniff!
Y por cierto ¿no decía Ron Wood que había puesto el veto a que tocaran más de una balada por actuación? Pues están con “Angie” y el mismo está experimentando un solo antológico. Es la hora de reposar y atacan el “You gotta move” de Fred McDowell en plan casi gospel, con Ron, Billy, Ollie, Mick y Keith apelotonados alrededor de los micros las guitarras gimiendo con voces arcaicas. Tan satisfechos están del rollo que no se enfadan cuando alguien les echa 3 ó 4 bengalas encendidas; al llegar la última, Jagger pega un salto y la deja pasar por debajo. Seguidamente “You can’t always get what you want”: es algo que no se puede aguantar y nos lanzamos a la arena, donde los cuerpos se amontonan contra la valla de contención. La proximidad es muy útil para estudiar – y disfrutar – la coreografía de Jagger y sus secretos, que unas veces usa un micro sin cable que le permite echar carreras de un extremo al otro de escenario y otras utiliza un micro convencional que le permite echar una miradita a un papel adosado al suelo donde está la lista de canciones en el orden correspondiente. Y hora le toca el turno a Keith, que canta como puede su “Happy”. En ningún momento ha habido dudas de quién manda en el escenario: Jagger ordena a Charlie que no pierda el ritmo, atiza una patada a Ron Wood, empuja a Richards, se burla de todos y se comporta como el chulo más insolente del mundo. Y a la gente le gusta – ¡nos gusta! – y no me vengas con teorías freudianas porque no me acuerdo de cuál fue la siguiente canción pero sé positivamente que aquello ardía. Al menos, entre los que pisábamos el ruedo.
And now, ladies and gentlemen, the Billy Preston Show!!! “Nothing for nothing” es un tema esencialmente calentón que alegra. Lo mismo con el instrumental “Outer space”; Jagger y Preston se suben a la pasarela que está al fondo y terminan con un desenfrenado baile que ruboriza a los más timoratos.
Y comienza el sprint final. “Midnight rambler” todavía le da pie para desarrollar sus fantasías de violador nocturno: ya no resulta especialmente terrorífico pero pienso en el tío que ha venido desde la otra punta de España dispuesto a tomarse un ácido para ver a los Stones. ¿Cómo computará su mente ese espectáculo? Mejor no pensar en el pobre diablo. “It’s only rock’n‘roll” es una buena declaración de principios pero no ha mejorado mucho con el paso del tiempo. En “Brown sugar” aparece repentinamente un espontáneo bailando con Jagger en la plataforma que se introduce entre la masa del público; se le llevan en un abrir y cerrar de ojos. “Jumpin jack flash” es el delirio y le sigue “Street fighting men”. ¿Luchadores callejeros? Oh no, las letras ya no significan nada para S. M. Jagger que no intenta transmitir ningún mensaje: las canciones son simplemente escenarios por los que se mueve como un muñeco loco, derrochando energía, demasiado activo para detenerse a pensar si aquello es rutina, parodia o paroxismo. Es casi inhumano, no tiene sentido, es una repetición frenética de algo que alguna vez fue genuino… pero nos arrastra. Es el final. Se desplaza de un lado a otro, se contorsiona como un poseso a pesar de que el sudor le empapa y las luces le hacen aparecer demacrado y viejo, nos saluda sin reconocer nuestra presencia física. termina el ritual: derrama un recipiente de confeti sobre la batería de Charlie, que ni siquiera muestra irritación. Saca cubos de agua y los va echando sobre el público. ¡Increíble, me veo gozoso de estar mojado! El último cubo le sirve para ducharse el mismo y totalmente calado se retira acompañado de sus lacayos. Las luces se encienden, suena “La Santa espina” por el equipo de sonido y las peticiones de bis se ahogan nada más comenzadas. Ahora sí que es el fin y lamento no haber escuchado “Sympathy for the devil” que cierra habitualmente sus actuaciones de esta gira. Pero nadie tiene fuerza moral para exigirlos más, son las dos de la mañana y el público está agotado o abúlico. El resultado de la confrontación está claro: a pesar del lugar, del mal planteamiento del concierto y de los incidentes, los Stones han triunfado. También ellos tomaron demasiados riesgos al concentrarse en un repertorio reciente del que faltaban elementos tan incendiarios como “Satisfaction” o “Little queenie”. Sus únicas concesiones fueron las frases del Jagger en catalán o castellano.
Pudo ser algo mucho más grande. Pero mientras salíamos, observados por filas amenazadoras de uniformens grises, me dí cuenta de que “You can’t always get what you want” fue una de las canciones que arrastró a toda la plaza. No puedes conseguir siempre lo que quieres. Yeah, es una cantinela que todos conocemos muy bien en España, querido Mick

TVE ¿Te acuerdas? El Primer concieto de los Rolling Stones en España