En agosto del 2007 escribí ¿Dónde estamos las mujeres? Tardé tres meses en colgarlo a lwsn, yo misma estaba en desacuerdo. No quedaba suficientemente clara mi postura, finalmente decidí poner sobre el tapete un esbozo.

Sé que puede sonar mal, pero el debate sobre lo oprimidas, vilipendiadas, relegadas, etc. que hemos estado y estamos las mujeres, no me interesa; tampoco las palmaditas en la espalda. Llevamos más de un siglo debatiendo sobre el tema y ¿qué se ha conseguido? Vocear, patalear y con ello fomentar más y más los puntos de fricción entre sexos, desubicarnos día a día nosotras y ellos. Vamos poco a poco acaparando segmentos en la sociedad, ¿para qué?, ¿para trabajar como esclavas al servicio del sistema, renunciando a nuestros valores de género, y con ello a nuestro espacio de libertad?.

Hablando del tema con un amigo, me puso un ejemplo muy ilustrativo que me gustaría citar:

“¿Vale la pena luchar para que las mujeres puedan entrar en el Ku Klux Klan? Pues eso. En la generación de nuestros padres sólo trabajaba fuera el hombre de la casa. Lo bonito hubiera sido que ahora, en algunas casas saliera a trabajar el hombre y en otras la mujer, pero ¿qué ha pasado? Que ahora, para llegar a fin de mes, han de salir a trabajar el hombre y la mujer. Aquí hay algo que no me cuadra. Pero en fin…”

Sí, el feminismo ha sido necesario, pero para eso estuvo el siglo XX, donde ya se debatió bastante sobre la igualdad de sexos, con escasa fortuna (visto lo visto). Para mí “el tablao está hablao”.

La cuestión estriba en los eternos “masculino” y “femenino”; intentar rasarnos, igualarnos, es absurdo, imposible, contra natura, y al único que favorece esta pretendida igualdad es al poder. Yo no abogo por la igualdad de sexos, más bien todo lo contrario. ¡Clamo por la diferencia! Que los hombres sean hombres y las mujeres mujeres. Defiendo lo masculino y lo femenino. Aceptemos el cóctel masculino-femenino que nos compone y complementémonos.

No tengo la solución al eterno dilema, pero si intuyo algún camino es el de cultivar los propios valores de género, que nos separan y al mismo tiempo nos complementan; y desde esos opuestos complementarios trabajar codo a codo en el apoyo mutuo por una sociedad más ética, más humana, más divertida. Así lo vivimos las mujeres del “Rollo” en los años 70; lo que desde la óptica actual parecería una renuncia a nosotras mismas y a nuestra creatividad, no lo fue. Fue el triunfo de la inocencia, la fe de las que nada esperan.

¿Para que seguir revindicando nuestro puesto en el mundo? ¡Ya lo tenemos! Asumámoslo no desde la renuncia sino desde el amor, que es lo que somos. En el amor no cabe rencor, ni resentimiento, ni frustración, ni dominación, ni sumisión, ni falta de espacio ni libertad, ni…

Amemos más y mejor (empezando por nosotras mismas). Estamos en el siglo XXI; dejemos de llorar nuestras milenarias desgracias y riamos nuestras sempiternas gracias.

Marta Almenara
1 de Junio del 2008