El diari ABC del 23 d’agost de 1969 obria amb aquesta notícia una sèrie d’articles que tenien com a finalitat netejar les illes de peluts.

Consta als arxius de la Secretaria del Gobierno Civil de Baleares, consultats per Joan Cerdà i Rosa Rodríguez, documents que proven com una de les campanyes més enverinades contra els hippies a les Pitiüses va ser planificada pel Delegado Especial de la Dirección General de Seguridad de Baleares l’estiu de 1969. El Delegat, en representació dels Serveis de Seguretat de l’Estat Espanyol, va mantenir contactes telefònics amb Alfredo Semprun, enviat del diari ABC, que van propiciar una reunió a Palma de Mallorca. Semprun va sortir amb una tarja de visita adreçada a Juan Fernando Pelletier Roman, portaveu autoritzat de la policia a Eivissa. Semprun es va traslladar a Eivissa entre el 3 i el 6 de juliol de 1969 on va mantenir una entrevista amb l’inspector Pelletier, del qual va obtenir documentació reservada i posteriorment va lliurar els quatre articles publicats entre el 23 i el 28 d’agost de 1969 al diari ABC.
Presentant les illes con un paradís de drogats pretenien fomentar l’alarma social. Semprun traslladava als centres de poder benpensant dos missatges: d’una banda l’eterna cançó de la manca de recursos policials per fer front a una catàstrofe i al mateix temps justificava l’indignació de grups de ciutadans eivissencs i formenterencs disposats a emprar la força per mantenir les “bones costums”. Després de la publicació dels articles de Semprun a l’ABC va començar l’expulsió de milers d’estrangers i van actuar els grups organitzats de neteja de peluts. Davant la campanya de l’ABC s’aixeca la veu de l’alcalde d’Eivissa. Finalment, després d’una investigació, l’inspector Pellitier fou acusat de facilitar dades reservades a Semprun i va ser traslladat.


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EL MITO «HIPPIE» EN IBIZA

Alfredo Semprún, a l’ABC del 23 d’agost de 1969, pàg.. 27

MILES DE INDESEABLES HAN INVADIDO LA BELLÍSIMA ISLA
Viven sumidos en la degeneración del sueño artificial de las drogas
HAY UNA REACCIÓN IBICENCA EN DEFENSA DE LAS BUENAS COSTUMBRES

Ibiza. (De nuestro enviado especial.)

A medida que el avión nos acerca a ella, Ibiza se presenta como un faro de intensa luz que, emergiendo del azul Mediterráneo, deslumbra y atrae irremisiblemente, con la fuerza insospechada de su siempre sorprendente paisaje. Ibiza es, en efecto, tal y como cantara en sus versos catalanes María Villangómez, “un súbito ardor de luz”.
La mayor de las Pitiusas —Ebusus que fuera para los romanos— no desmiente a sus clásicos. Es, toda ella, como una maravillosa sinfonía cromática en la que el verde de sus pinos, el rojo ocre de su tierra calcinada por el sol y el purísimo azul de las aguas en que se baña, parecen fundirse en el blanco de cada una de sus características edificaciones, en el blanco de sus milenarias salinas, multiplicando así su intensidad.
Una vez en ella, a ese indescriptible encanto se unen otros muchos que el visitante, quizá embriagado de tanta luz, va descubriendo al recorrer sus campos o bien, ya en la capital ibicenca, al adentrarse por las trepantes callejuelas que son, y continuarán siendo por muchos años, el corazón de la minúscula ciudad…
Con pena, en esta ocasión, hemos pasado como auténticos meteoros por entre tanta belleza natural. Nuestra misión informativa nos obligó a soslayar la luz y, aun en la claridad estallante de los días isleños, nos llevó hacia la oscuridad artificialmente creada por los hombres en tan paradisíaco escenario. Las horas de nuestra estancia en Ibiza han transcurrido prácticamente envueltas por ese “medio ambiente” en el que el germen de la perversión convierte muchos de los rincones de aquellos dos trozos de tierra española, casi virginales, en perfecto pudridero de juventud…

La nueva invasión de las Pitiusas

Como es sabido, tanto Ibiza como su hermana menor, la isla Formentera, han soportado a lo largo de su historia las más variadas y ocasionales invasiones. Abandonadas, o casi abandonadas, a su suerte por la Península, sus habitantes se vieron obligados durante siglos a convertir en improvisadas fortificaciones sus blanqueados hogares, defendiendo en ellos continuamente todo aquello que les era entrañable.
Hace sólo veinte años que los isleños comenzaron a experimentar los efectos de una nueva invasión: el turismo. Veinte años en los que, despertando de su obligado letargo, han ido descubriendo los indudables beneficios que, para su economía, representaba ese alud de gentes extrañas y dispares, ávidas de sol y de tranquilidad. Cuatro lustros en los que el ibicenco, alejándose del campo, olvidando en parte incluso su tradicional industria salinera, ha hecho prácticamente del turismo su única fuente de ingresos. De ello, a título de ejemplo, dan fe las veinte mil plazas hoteleras, a las que atienden los cincuenta mil habitantes de Ibiza.
En este tiempo de indudable prosperidad, la no menos indudable herencia fenicia de las islas ha acogido, admitido y soportado, aun con indiferencia, todas y cada una de las excentricidades propias de las distintas “corrientes” creadas por el snobismo de posguerra. Atraídos por su luz, artistas afectos a todos los “ismos” conocidos vivieron por más o menos tiempo —muchos las viven todavía— las cálidas jornadas ibicencas. Y tras ellos acudieron también desde el “ácrata”, el “existencialista” o el “poeta pensador”, hasta el joven y rebelde “blusson noir”…
A todos ellos se les debe en gran parte —nadie lo ignora en las islas— el conocimiento que en el mundo existe de las bellísimas Pitiusas.

La llegada de los «hippies» y su amoralidad

Seis años atrás, aproximadamente, arribaron los primeros “hippies”. Y con ellos la suciedad, el abandono y la amoralidad más absoluta… Ya no era lo mismo. Hasta el punto de que, ahogando esa “herencia fenicia” a que antes nos hemos referido, tanto en Formentera como en Ibiza, se han formado grupos de jóvenes y viejos isleños que tratan de contrarrestar los efectos del “pacífico” e impasible “modus vivendi” de quienes atentan continuamente contra aquella moral que fue siempre patrimonio de la mujer y la familia isleña.
No exageramos. Sobre la existencia de estos grupos de represión que actúan en la clandestinidad de la noche hemos tenido confirmación, si no oficial, sí oficiosa…
—Existen, es cierto —se nos ha dicho—. Pero como es lógico, aun comprendiendo las razones que les mueven, tenemos que combatirlos. Nadie puede ni debe aplicar la violencia por sí mismo como ley…
También hemos hablado con muchos isleños. Gentes sencillas los unos, y otros, no pocos, acaudalados comerciantes… En todos ellos hemos encontrado una misma y total repulsa hacia una situación que nada tiene que ver con el turismo ni con los beneficios que del turismo puedan derivarse. ¡Y aunque así fuera! —se nos afirma—. Tienen mucho más valor para nosotros la formación y el futuro de nuestros hijos. La situación creada por la presencia de los “hippies” es tal —se nos continua diciendo— que, de no ser corregida en poco tiempo, ya estamos pensando en buscar vivienda en Valencia para alejar a nuestras familias de este ambiente. Esto es triste y resulta indignante si se piensa en que no todos los ibicencos están en posición de tomar medidas tan extremas como necesarias de seguir así las cosas.

No deben ser considerados turistas

En realidad, quienes se conocen, viven y se presentan como “hippies” no pueden ni deben ser considerados como turistas. A la hora de enfrentarse con el problema de su no deseada permanencia, no cabe consideración alguna desde ese punto de vista. Por su forma de vivir, por su público comportamiento, desde la más indulgente atalaya moral sólo pueden merecer una calificación: “indeseables”.
El “pacifismo” de que hacen gala, su rebuscada entrega a la indolencia e incluso en su, al parecer, continua “búsqueda” de la verdad no deben ni pueden engañar a nadie con sentido común.
Proceden de los más diversos rincones del mundo, aunque en su mayoría, y según se nos afirma, se trata de jóvenes desertores norteamericanos, hijos de familias adineradas, que huyen del Vietnam.
De llevar a cabo una investigación a fondo, sólo una mínima parte de los miles de “hippies” afincados en las islas podría justificar sus medios de vida… Pero todos viven —si a eso se le puede llamar vivir— porque se protegen económicamente entre sí. Ese espíritu de evidente solidaridad sería, posiblemente, lo único de salvarse, si detrás de él no existieran los más viles intereses.
Y, además de los “hippies”, están “ellos”. Nos referimos a unos cuantos desechos humanos, cargados de dinero y de vicios, que, desgraciadamente, han creado, bien en las blanquísimas casas de campo ibicencas o en los camarotes de lujosos yates anclados en el puerto, auténticos templos a Eros, en los que noche tras noche se sacrifican las más puras e ilusionadas mentes juveniles. Ninfómanos y ninfómanas, deformados mentales de toda especie son, en un trasfondo fácilmente sondeable, la fuente económica en la que bebe ese triste fenómeno llamado “hippies”, que, hoy por hoy, ensucia nuestras blanquísimas Pitiusas.

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EL MITO «HIPPIE» EN IBIZA

Alfredo Semprún, a l’ABC, del 24 de agost de 1969, pàg. 25.

PRETENDEN VIVIR AL MARGEN DE LA SOCIEDAD, CONVIRTIÉNDOSE EN PARÁSITOS
Sospechosamente, sólo las mujeres jóvenes y bellas son «admitidas» en su mundo
MUCHOS JÓVENES ESPAÑOLES DE UNO Y OTRO SEXO SON DEVUELTOS A SUS HOGARES POR LA POLICÍA Desgraciadamente, los reclamados son los menos

Ibiza. 23. (De nuestro enviado especial.)

En Ibiza nos ha resultado difícil, por no decir imposible, encontrar sumida en el medio ambiente “hippie” una mujer poco agraciada. Evidentemente, a las muchachas feas o deformadas no les interesa ni la eterna búsqueda de la “verdad” ni el abrazo del “pacifismo” como ideal…
Todas las “hippies”, insistimos, pese a su descuidado aspecto exterior, son auténticas bellezas pletóricas de juventud. Al contemplarlas, únicamente sus ojos, en los que la brillante alegría de los pocos años se pierde irremisiblemente a los pocos microgramos de droga, nos hablan de la inmensa tragedia latente a nuestro alrededor.
A no ser por esas miradas, inevitablemente tristes, adormecidas, sus estrafalarios atuendos, sus desenfadadas maneras, semejarían más a travesuras de mujer en ciernes que a la triste realidad…
Hablábamos ayer de “un perfecto pudridero de juventud”. Por muy dura que pueda parecer la afirmación, tampoco exageramos al hacerla. Para comprobar que es así, tan sólo hay que acercarse. No con ojos ávidos de nuevas y extrañas sensaciones, sino con el ánimo de quien, siendo padre, cree ver a sus propios hijos, en un próximo mañana, inmersos en el cuerpo fuerte y, a la vez, frágil de esa numerosa juventud, ya marchita cuando apenas ha abordado el camino de la existencia…

Triste e inevitable futuro

Está sentada frente a nosotros. Sus enormes ojos morenos nos miran entre tímidos y avergonzados. Saben perfectamente lo que pensamos al verla así, casi una niña, exhibiendo impúdicamente su cuerpo, aún no formado, a través del fino tejido de gasa… Y, como protegiéndose de nuestro inevitable reproche, instintivamente se aprieta al hombre que la domina. Un techo más o menos cómodo, un plato de comida, horas y horas de “diversión” y… la droga. Ésa es su paga. Ése es su triste e inevitable futuro.
Y lo sabe. Y se avergüenza. Parece como si con nosotros le hubiera llegado un poco de oxígenos familiar. No ha venido de muy lejos. Hasta hace pocos meses era una joven y alegre madrileña. Trabajaba junto a su padre en unas dependencias ministeriales. Pero eligió Ibiza para disfrutar de su período de vacaciones… Hoy, pocas semanas después de su llegada, sus dieciocho años se multiplican indefinidamente.

—Y tus padres… ¿No piensas en ellos?
—He decidido vivir “mi vida”. He escrito a mi padre y le he dicho que me quedaba a trabajar aquí… ¡Por favor, no le diga usted nada!

Las autoridades, de un tiempo a esta parte, están devolviendo continuamente a sus padres, desde estas islas, a jóvenes de uno y otro sexo que, con febril ilusión, llegan hasta ellas en busca de esas sensaciones que parecen “prometer” quienes, en aras de un triste sensacionalismo, ignorando, sin duda, el daño que pueden llegar a hacer, propagan y disfrazan de “nuevos idealismos” algo que, de por sí, al verlo de cerca, tiene que repeler necesariamente a cualquier conciencia normal.
Pero para ello es preciso que las familias respectivas [se] interesen, mediante la correspondiente denuncia, [por o en] la devolución al hogar del hijo con espíritu aventurero. Desgraciadamente, éstas son las menos. En ocasiones, suponemos que por ignorancia, otras por desidia y no pocas por impotencia ante el difícil carácter y decidida actitud de una juventud desmandada, hay muchos padres que juegan cobardemente al “avestruz”. Y nos referimos únicamente a la familia española, en cuyo seno, queremos suponer, queda aún algo de valor espiritual. Respecto a los extranjeros, la cuestión es totalmente distinta.

Apuntábamos ayer que, en gran mayoría, los “hippies” ibicencos y de Formentera son jóvenes norteamericanos. Entre ellos, asimismo mayoritariamente, figuran hijos de familias con capacidad económica suficiente como para lograr que sus hijos, convertidos en desertores, escapen a la sangría del Vietnam. Para ir, paradójicamente, a morir espiritual y físicamente, con mayor lentitud quizá, quizá también sin violencia, como presa fácil de este nuevo modo de vegetar.
Junto a ellos, sus novias, sus “girls-friends”, y cuantos en un principio —no todo es falso en el punto de partida— se rebelan contra las matanzas organizadas por los intereses económicos de los hombres y quieren incorporarse a quienes con sus “actitudes de rebeldía” pretenden luchar por una paz duradera. Llegan procedentes de todos los países, de todos los continentes. Y, en su promiscuidad, no hay distinción de raza ni de color.
Como ya hemos dicho, existe una auténtica solidaridad entre ellos, llevada incluso a extremos que van desde la ayuda económica a la más absoluta “ley del silencio”.

En solitario o en grupos, más o menos numerosos, arriban a diario con sus estrafalarios atuendos y su inevitable pelo largo y descuidado. En general, su equipaje lo compone un poco voluminoso fardo, en el cual, junto a su pasaporte, suelen guardar religiosamente unos gramos de droga. Lleguen por el mar o por el aire, pasan ya desapercibidos por la costumbre, y sin pérdida de tiempo su rastro se pierde fundido en esa auténtica marea de seres, igualados por una absurda autoanulación para la vida normal, que fluye y refluye continuamente por entre los escasos metros cuadrados de superficie isleña.

Los que están detrás de ese mundo Indiferentes a todo lo que no les concierne, aparentan vivir, o quizá traten de vivir, al margen de los demás… Y con sus ideas y prácticas “pacifistas” tratan de ocultar el afilado puñal con el que, continua y solapadamente —admitamos que, en casos aislados, inconscientemente—, hieren y socavan los fundamentos morales de una sociedad en la que millones de seres luchan aún por evitar la pérdida total de todos aquellos vínculos espirituales que nos separan de la irrazonable y puramente instintiva vida animal.
Y como vienen se van. No se llevan más de lo que traen. Si acaso, dejan unos años probables de lo que hubiera sido su propia vida y la sensación de vacío que contagian a quienes se les aproximan.

¿Qué o quiénes están detrás de ese mundo demencialmente absurdo, alimentando y avivando pertinazmente su fuego? La sociedad, como pretenden demostrarnos, desde luego, no. Falsa o hipócrita, materialista y violenta, de consumo o no, en nuestra sociedad persisten unas líneas morales que hacen posible el equilibrio entre las virtudes y los defectos en que se desenvuelve…

¿Es acaso una nueva forma de destrucción en masa del mundo occidental? ¿Se trata simplemente de un campo que se abona y se amplía para el fabuloso negocio de las drogas?
Son éstas preguntas que continuamente se hacen los defensores que la sociedad y nuestra españolísima forma de vida tienen en las islas Pitiusas. De su angustia, de su lucha continua y sobre sus pobres armas les hablaremos a ustedes en nuestra próxima crónica

EL MITO «HIPPIE» EN IBIZA

Alfredo Semprún a l’ABC del 27 d’agost de 1969, pàgines 27-28.

UN ALARMANTE ÍNDICE DE SUICIDIOS PROVOCADOS POR LAS DROGAS
Plenilunio es señal de orgía en alguna de las intrincadas cuevas del litoral isleño

Ibiza. (De nuestro enviado especial.)

Coincidiendo con nuestros pocos días de estancia en Ibiza, dos trágicos acontecimientos ocuparon espacio escaso en las páginas del diario local y fueron apenas objeto de comentarios en las tertulias habituales de la isla. Una joven extranjera —esposa de quien, como “borracho”, parecía velar su cadáver en las frías dependencias del depósito— había puesto fin a su vida, ahorcándose cuando en el horizonte azul del Mediterráneo los primeros rayos de un sol esplendoroso anunciaban el nuevo día. Junto a su cuerpo, unas mesas más allá, el de un hombre, joven también, sin identificar aún, muerto por atropello, cuando, al parecer, transitaba, “dando tumbos”, por la oscura y estrecha carretera.

No había duda. Más tarde así lo demostraría la autopsia correspondiente. Ambos cadáveres habían sido reunidos allí, en tal desolador escenario, por una sola y única circunstancia: la droga.
“Si llegáramos al detalle minucioso —se nos explicaría más tarde— podríamos asegurar sin vacilación que tanto Ibiza como Formentera están hoy a la cabeza en el índice nacional de suicidios y muertes absurdas. Y no precisamente a causa de los naturales del país. Las drogas, amigo, las drogas son muy malas consejeras”.
En la voz autorizada de nuestro amable interlocutor creemos distinguir un deje de amargura. Efectivamente, él y cuantos con él forman la insuficiente plantilla policial de Ibiza luchan ya, casi sin esperanza, contra la situación que ocupa la atención del periodista.

—Sí. Aunque le extrañe a usted —nos dice ante nuestro silencio—, lo que le digo es una triste realidad con la que nosotros, representantes de la Ley, amantes del orden y de las buenas costumbres a que nuestro pueblo estaba acostumbrado y a las que, afortunadamente, no quiere renunciar, tenemos que enfrentarnos todos los días. Hay que distinguir —nos explica— entre “tráfico” y “uso propio” de las drogas. Hasta hace pocos meses, si encontrábamos en posesión de una persona unos gramos de droga, fuese de la clase que fuera, nada podíamos hacer si alegaba “uso personal” y no se había producido escándalo público. Incluso hoy, unos gramos de “hass” o unas cuantas pastillas de “LSD” descubiertas en poder de una persona tampoco significan mucho como posibilidad de represión. Basta que aleguen “uso personal”, que afirmen les ha llegado por obsequio de un amigo —el cual nunca aparece, como supondrá usted—, etcétera. Como, por otra parte, resulta casi imposible demostrar la habitualidad del “uso personal”… nada se puede hacer. Si acaso, el juez de instrucción, poniéndoles a disposición del de Vagos y Maleantes. Éste, tras incoar el correspondiente expediente, tiene que ponerlos en libertad. Cuando el expediente se resuelve, el tipo ha desaparecido. O ha dado por terminada su estancia, o resulta tarea de meses localizarlo por entre esa multitud que vive en promiscuidad, refugiada en las cuevas de Formentera o repartida por las “mil y una” guaridas en que se han convertido las bellísimas casas de labradores de las islas.
Además, añadimos nosotros, se trata, en gran mayoría, como ya hemos apuntado en estas crónicas, de extranjeros. Extranjeros amparados por un pasaporte y una entrada legal en España y que, por muchos motivos, exigen un trato delicado en las actuaciones policiales en evitación de repercusiones contrarias a los intereses nacionales.

El caso Tillis

—Recientemente aún —nos explica— está el caso de Malcolm Tillis. Un inglés hoy expulsado de España, y cuya entrada en todo [el] territorio nacional tiene prohibida. Escribió una carta, publicada en el Daily Mirror, como represalia, poniendo verde a todo lo que es nuestro, y presentándose como una víctima de la “Policía de Franco”. El “angelito”, con todos los vicios conocidos, no tenía, además, carta de trabajo, y, pese a esa situación ilegal, poseía un establecimiento de modas, una de esas tiendas llamadas “boutiques”… Figura con el número 26 en la relación de morosos de Hacienda. No ha pagado un solo impuesto al Ayuntamiento, etcétera. Y sus frecuentes viajes a la India, y otros muchos detalles que serían largos de relatar, eran como un “libro abierto” sobre sus actividades delictivas para nosotros… Resumiendo: pudimos probar algo en su contra, no recuerdo ahora con detalle, y logramos su expulsión. Pues bien, amigo, su establecimiento sigue abierto. Durante un tiempo lo regentó una tal Maine Reynolds, que estos días ha sido detenida en una de sus giras a la India, cuando los aduaneros de aquella nación descubrieron en su equipaje gran cantidad de drogas, que trasladaba a nuestra isla. No se asombre…, el establecimiento sigue abierto: hoy lo llevan dos jovencitas ibicencas.

Y nuestros agentes siguen atentos a las extravagantes costumbres y medios de vida de numerosos tipos residentes en las islas.

—Son muchos, y cada cual se caracteriza por algo distinto… Casi se podría escribir un libro describiéndoles…

Mire —nos concede—, entre nosotros —y no sería raro que usted se la encuentre en cualquier momento— vive la que conocemos como “la loca de la flauta”. Se trata de una holandesa, Marika Walls, así creo que se llama, casada con un tal Cornelius Lis. Llegaron a Ibiza hace unos dos años, y desde entonces, además de ponerse sus estrafalarios vestidos, suele llamar la atención general al ir por la calle, tanto cuando está drogada como normal, aun sin meterse con nadie, tocando continuamente una flauta…

El trío de «La Princesa»

—Tenemos también a “la Princesa”. Una francesa, de origen español: Solange Lafont. Estaba divorciada, pero vivía con su marido y con la nueva mujer de éste. Formaban un trío muy original, al que se añadió el amante, un invertido, peluquero de señoras… Entre semejante lío, las drogas y también el alcohol, las broncas eran continuas, y nuestra intervención necesaria.

Sería interminable, le repito… Tuvimos a un apátrida, Douz-Boutin, con sus amigos, llamados Lessard y Le Cros. Fueron protagonistas en aquella grandiosa falsificación de cuadros descubierta hace tres años, aquí, en Ibiza. En realidad, ha venido a Ibiza lo “mejor de cada familia”. Pero, aun siendo de tan bajo calibre moral, esos focos que se reparten por todo el territorio isleño, por tratarse de personas mayores, nada nos importarían, siempre que no cometieran más delito que el atentar continuamente contra su propia vida interior, y poco a poco anular su vida física… Pero es que a su alrededor giran muchas vidas en ciernes que, friamente, en aras de sus mentes trastornadas, de sus vicios inconfesables, estos tipos cercenan a diario, convirtiéndolas en juguetes no aptos ya para la vida decente. Es algo que revuelve el estómago.

—¿Son “hippies”? —preguntamos.

—¿”Hippies”? Para nosotros, los unos y los otros, sólo son indeseables. Si ser “hippie” es abrazar, no sólo la indecencia, sino la amoralidad… Si ser “hippie” es la perversión de menores, pertinaz y contumazmente estudiada… Si ser “hippie” es la negación de la familia, la promiscuidad sin reparo de sexo y sin freno. La degeneración total… ¿Dígame usted, qué entendería usted por “hippie”?

—¿Qué diría usted —continúa— ante el espectáculo dantesco, casi demencial, de cientos de jóvenes de uno y otro sexo, totalmente desnudos, encerrados en una de las grandes cuevas de Formentera, presa de los efectos dispares de la droga. Sentados alrededor de una calavera —obtenida unas noches antes profanando un cementerio— con la sola excusa, con la única “finalidad” confesada de identificarse con el acto “sobrenatural” del plenilunio… Durante jornadas enteras, en el mayor de los secretos, descienden como hormigas por los aislados acantilados de Formentera introduciéndose en el enorme agujero. Allí, muchos, casi niños todavía, van a ser iniciados en un nuevo medio ambiente de vida animal… Y todo ello llevado a cabo con el sigilo y bajo el secreto que haga imposible nuestra actuación previa. Es desesperante, créame, ver cómo la juventud se pierde a sí misma… Los resultados de estas orgías no se hacen esperar… Suicidios y chiquillas desgraciadas que lloran por unas horas su debilidad. Justo hasta que nuevamente son recogidas por la marea…

Obstáculos a la intervención

—Observe, usted, observe —nos invita— a su alrededor. Contemple usted cómo cuando una cara bonita hace acto de presencia por primera vez en cualquiera de estas terrazas —y con multiplicado interés si es joven— vienen los “buitres” a su alrededor. Si sigue usted los pasos de ésa o de esas jóvenes se las encontrará por la noche en cualquiera de las “salas de fiesta” o “discotecas” bailando alegre o inconscientemente. Y más tarde, en coches, con destino desconocido para usted, pero que sería fácilmente adivinable… Una orgía de alcohol, mezcla de drogas y un miembro más de este ambiente desolador…

—¿Y no pueden hacer ustedes nada?

—¿Cómo? Hace unas semanas, uno de nuestros más jóvenes agentes, indignado, solicitó la documentación de una jovencita de diecisiete años… Resultó que, además de llevar consigo más dinero que el suficiente para justificar su medio de vida, era la hija del embajador en España de una nación amiga y tenía pleno permiso de sus padres para disfrutar de unas vacaciones en Ibiza… Tuvimos que dar explicaciones por haberla molestado… No. Se lo aseguro. Se lucha, pero sin resultado positivo. Sólo cuando un padre reclama a su hijo o a su hija, menor de edad, podemos actuar… Se los devolvemos.

—Afortunadamente, los efectos de las drogas y del mucho alcohol, de vez en cuando les obliga a perder el control de sus actos exteriores. Un control inspirado —y esto me preocupa, por su significación, personalmente mucho— en un indudable asesoramiento sobre la forma de bordear los márgenes de nuestra Ley. Entonces es cuando, bien nosotros, bien la Guardia Civil, podemos intervenir… Los detenemos, los interrogamos y los ponemos a disposición del juez. Si usted los contemplara en un interrogatorio sentiría la misma e intensa angustia que nos domina a todos los agentes que formamos en esta plantilla. Totalmente indiferentes, sin dignidad, sin pudor alguno, admiten sus faltas como si nada les importara. Permanecen sentados en los bancos de la Comisaría, indolentes, irónicos, incluso, hasta que les corresponde ser llevados ante el juez.

EL MITO «HIPPIE» EN IBIZA

Alfredo Semprún a l’ABC del 28 d’agost de 1969, pàgines 23-24.

HAY MOTIVOS PARA CREER QUE EL TRÁFICO DE DROGAS ES MÁS IMPORTANTE DE LO QUE ARROJA LA ESTADÍSTICA Si usted quiere hacer un «viaje» –doscientos cincuenta microgramos de «hass»– tiene que pagar ciento cincuenta pesetas «LA TIERRA», LUGAR DE CITA «HIPPY», PRESENTA A DIARIO UN CURIOSO E INÉDITO ESPECTÁCULO: SU CLIENTELA HABITUAL

El día 27 del pasado mes de febrero se ocuparon quinientos gramos de “kiffi”, que dos norteamericanos, David Wayne Strawserman, de veinticinco años, y Patricia Sharmon, de veintitrés, intentaban introducir en las islas para su distribución en la de Formentera. Esta ha sido la última ocupación de drogas registrada, antes de la reseñada en la noticia que encabezó estas crónicas.
Unos meses antes, en diciembre del pasado año, la Brigada Especial de Estupefacientes logró desarticular en Madrid un grupo formado por elementos subversivos universitarios, afiliados al Partido Comunista, dedicados a iniciar a sus jóvenes compañeros en el uso de las drogas. Se les ocupó, como recordarán ustedes, gran cantidad de distintos productos, que ocultaban en el piso que habían habilitado para sus fines. En Ibiza, como ramificación de este grupo, se detuvo a un joven norteamericano, Alex D.R., quien desde su puesto estratégico de “barman” en uno de los locales “discotecas” de la capital ibicenca se dedicaba a la distribución entre la juventud de las valiosas pastillas de LSD-25.
Deambulando por Ibiza, pendiente de que el Juzgado decrete su expulsión, se encuentra Jack Longini, también norteamericano. Habiendo sido sancionado en Suiza y expulsado del territorio helvético por tráfico de drogas, llegó un buen día a Ibiza… Alquiló una casa, una vivienda campesina en uno de los lugares más inhóspitos de Formentera, y se dedicó a preparar en aquellos solitarios parajes una bien cuidada plantación de “cannabis”… Las cosechas, es decir, su efectividad, la probaba con un perro de su propiedad. Pero las pruebas duraron poco y la Policía logró descubrir sus afanes agrícolas…, y en cabo Berbería se perdieron para siempre sus aspiraciones.
En el transcurso del año 1968, la Policía llevó adelante cerca de cuatrocientas inculpaciones. A consecuencia de las mismas, y por los motivos a que nos referíamos y apuntábamos ayer, sólo fueron expulsados once de los cuatrocientos indeseables.

Versión oficiosa

La versión oficiosa que se nos ha dado es que en las islas no existe un tráfico de drogas de consideración. “En 1968 —se nos dice— se ocupó poco más de medio kilo de “hass” entre cerca de sesenta individuos”. En lo que va de año, según nos dicen, se han cogido cerca de tres kilos, ocupados a un español a quien se lo remitían desde París por medio de tres personas, una mujer y dos hombres, de los cuales sigue en libertad la francesita.
A la veintena de agentes afectos a la Comisaría de Policía de Ibiza y a la también insuficiente plantilla del destacamento de la Guardia Civil (en Formentera —3.800 habitantes, sin contar la multitud de “hippies” que pueblan sus más apartados rincones— están destacados tres números al mando de un cabo en el puerto y otros tres al mando del sargento, que sin medio de locomoción alguno tienen a su cargo la vigilancia de los 115 kilómetros cuadrados que tiene la isla) no se les puede pedir en realidad más de lo que hacen…
Las cifras y la opinión que, basándose en las mismas, se nos han dado oficiosamente sobre este asunto, es decir, sobre el uso y el tráfico de drogas en estas antiguas Pitiusas, nos parecen francamente optimistas. Pese al respeto que nos merecen los datos que nos han sido facilitados, repetimos que oficiosamente, lo que hemos visto y lo que hemos bebido en otras fuentes nos inclina a creer que la cantidad de droga que se da como aprehendida en un año es similar a lo que se consume en cada una de las noches “hippies” en ambas islas…
Nos encontramos alrededor de una de las rústicas mesas de “La Tierra”. Un local habilitado con talento, poco dinero y mucho gusto en una antigua cuadra de la capital hace siete años por Arline Kaufman, una judía norteamericana, que abandonó su cátedra de Historia en una Universidad californiana a fin de “vivir su vida” por nuestras latitudes… Nos acompañan dos jóvenes españoles. Se han hecho célebres por su simpatía, por su “hippismo” de pelo corto y por las valiosas motocicletas con las que cruzan cien veces a gran velocidad las ya de por sí animadas calles ibicencas.

Nos autorizan a dar sus nombres. Pero no queremos hacerlo.

—Nosotros, dentro de unos días, pensamos marcharnos de aquí. Vamos a dar la vuelta al mundo en moto…
Se llaman César y Alejandro. Ambos proceden de Madrid, aunque la familia y el origen del primero radiquen en Valencia. Los dos son jóvenes. Introducidos ampliamente en el círculo que nos interesaba, participando activamente en sus “noches”, y, desgraciadamente, uno de ellos, el más joven, probando asiduamente los dudosos placeres del “hass”.
—Por eso estoy aquí. En Madrid hay más dificultades para encontrar un cigarrillo…
Luego me tranquiliza. Dice que no está habituado y que cuando se canse de esta “aventura” lo dejará tranquilamente. Precisamente cuando emprenda el largo viaje motorizado…
—Cuando vine aquí —me explica por su parte César— dejé en Madrid un Dodge de mi propiedad. Vine, se lo aseguro, porque deseaba encontrarme a mí mismo y valerme por mis propios medios. Estoy trabajando en la decoración, y cuando cobre lo que hemos terminado estos días nos marcharemos…

Introducción al abismo

La conversación es larga. A César la separación de sus padres le causó una gran impresión…
—Somos diez hermanos —nos dice, como justificándose—. Pero no los conozco a todos. Hace seis años que mis padres decidieron vivir cada uno por su cuenta. Yo conozco únicamente bien a tres de mis hermanos, el resto suelen estar generalmente internos… Aquí me siento cómodo. Yo estudiaba aeronáutica… Soy piloto de vuelos sin motor. Pero nada tenía valor para mí. Aquí, créame, me he encontrado a mí mismo.
—¿Y tú? Preguntamos a Alejandro.
—Yo vine con él. Somos amigos desde que éramos niños… Aquí trabajamos los dos. Al principio pasamos hambre. ¿Sabe que estuvimos pintando a la brocha el hotel en que se hospeda usted? Fueron nuestros primeros ingresos. Claro que volaron en nuestra primera noche de “millonarios”…
Dejamos el terreno personal. Se han decidido a ayudarnos. De lo que nos dijeron poco hemos podido comprobar. No obstante, la espontaneidad de sus declaraciones, la sinceridad reflejada en sus ojos nos permite aventurarnos a trasladar a ustedes sus impresiones…
—A “fumar” un pitillo de “hass” —nos explica Alejandro— lo llaman “un viaje”. Un “viaje” normal, es el que se realiza fumándose un pitillo de tres o cuatro papeles, con 250 microgramos aproximadamente de “hass”.
Alejandro habla apresuradamente. Como si en pocos minutos quisiera imponernos en una ciencia que a él le ha costado unos meses y no poca salud…
—Los 500 microgramos de “hass” cuestan unas trescientas pesetas. Hay quien “fuma” “viajes” de hasta mil quinientos microgramos. ¿Sabe usted cómo debe pedir un pitillo de “hass”? Pues, simplemente, “porros”.
Cuando ha fumado usted uno o dos ya está “colocado”. “Colocarse” —nos aclara— es entrar en situación de drogado. Si usted en cualquier barra de “discoteca” o en medio de una terraza oye cómo alguien dice que “me pone muy alto” se refiere, no lo dude, a una droga de buena calidad.
—Es que el “hass” tiene varias calidades —interviene César—. Aquí se vende el llamado “Diablo verde”, el “Rojo del Líbano” o el que se conoce como “Polen del Pakistán”, que es el mejor…
—¿Hay facilidades para encontrarlo?
—Al principio, por ejemplo, a usted, con esa facha de hombre serio, no se lo vendería nadie. A nosotros en cualquiera de las múltiples “expendedurías” —“tabacaleras” las llamamos éste y yo en pitorreo— que existen en la propia Ibiza, disfrazadas de cualquier cosa… Ve usted aquella “boutique” —nos dice señalando una regentada por un matrimonio francés—, pues es una de ellas…
—Me han dicho que apenas hay tráfico de drogas aquí…
Nos miran entre sonrientes y asombrados. Luego, bajando visiblemente la voz, nos dicen…
—Entre Ibiza y Formentera se consume a diario algo más de treinta kilos. Y la cosa va en aumento…
—¿Crees que existen esas cantidades?
—Mire, amigo, esta misma tarde hemos estado en casa de un holandés, a unos kilómetros de Ibiza, en pleno campo. Tiene tres coches, si quiere usted más señas, un Volkswagen, un Citroën Tiburón y otro de no sé qué marca… Pues bien, no le bastaría uno de ellos para transportar la droga que tiene en depósito.
—Perdonad, pero me cuesta creerlo…
—Eso es cuestión suya. Nosotros si se lo decimos es porque pensamos salir de aquí horas después de que usted se marche. No crea que somos suicidas. Le repito que Ibiza es algo serio en cuestión de drogas. Hasta hace pocos años, la “organización” estaba tranquila. Ibiza era el centro de distribución para toda Europa. Un depósito exactamente. Pero ahora la propia “organización” está preocupada por el incremento considerable del “consumo” en plaza. Tenga usted en cuenta que el “consumo” requiere “distribución”, y la distribución siempre implica riesgos, por descuidos, por confidencias, por aprehensiones, etc., lo cual pone en riesgo el tráfico que de verdad rinde a la “organización”, el de tránsito hacia Europa…
—¿Hablas de la “organización” sin conocerla?
—Cualquiera de los que están alrededor de nosotros puede ser miembro de ella. Nadie los conoce. Al menos nadie conoce a los jefes auténticos… Si acaso, usted podrá conseguir que le señalen a tipos como el “Ernesto”, uno de los menos importantes. Pero nunca podrá usted conocer, por ejemplo, a “Angelo”, uno de los principales de la red…
—¿Llegan por barco esas cantidades tan grandes?
—Usted sabe los kilómetros de costa que tienen Ibiza y Formentera. Usted cree que unos cuantos guardias civiles pueden vigilar esa cantidad enorme de litoral… No lo ponga usted en duda, amigo. Yo diría que, desde hace muchos años, barcas procedentes de Argelia dejan flotando cerca de nuestras costas enormes cantidades de droga que luego se recogen bajo la apariencia de un paseo marítimo con lindas mujeres a bordo.
La interesante y casi cinematográfica conversación cesa al saludarnos un pintoresco personaje. También es madrileño habitual, aunque estos meses pasee sus extraños atuendos de “hippy” español por las calles de Ibiza. Se trata de Alfonso Olaso. Divertido, acepta el diálogo con el periodista…
—¿Usted también busca la “verdad”?
—No la busco. La he encontrado ya.
—Dígame, Alfonso… ¿Qué es para usted ser “hippy”?
—Es una cosa como muy compleja… “Hippy” es la situación del mundo después de dos mil años. Se han suprimido las religiones y las supersticiones y se va hacia lo absoluto… La gran ambición de todos nosotros es encontrarse a uno mismo. No hay buenos ni malos. El “hippy” es lo puro. No hay afectación. En los ojos de los “hippies” puede usted ver la belleza interior…

Decididamente cortamos el diálogo. Por mucho que nos esforzábamos en comprenderle, en buscar esa belleza interior, sólo veíamos rastros de alcohol o de “hass” en sus ojos cansados. Vuelve a generalizarse la conversación. La propietaria del local, haciendo más gasto que tres de sus propios clientes, va de mesa en mesa depositando besos sin distinción de sexo. De vez en cuando, un grupo de “salvajes” como nosotros ocupa una de las mesas y contempla asombrado el espectáculo… Son auténticos turistas que venían en busca de la luz. Una luz, un sol nítido que encuentran en sus hoteles, en las piscinas o en aquellos lugares que los mal llamados “hippies” no consideran como algo suyo.

Trobareu més informació al llibre La repressió franquista del moviment hippy a Formentera, de Joan Cerdà Subirachs i Rosa Rodríguez Branchat

Documentació cortesia de Joan Carles Usó